El sábado, a las siete de la noche, estuvimos en la iglesia de San Cayetano, en Lindavista.
Y ahí estabas con nosotros, Moy.
Tu nombre lo bordaba cada palabra del sacerdote que ofició la misa y te citó en el recordatorio del tercer año de ese jueves 13 de mayo que partiste; yo hilaba de memoria anécdotas rescatadas en los minutos de la liturgia. Anécdotas de Moy niño, Moy adolescente, Moy…
Poco antes hubo misa de acción de gracias en la que una adolescente hizo lo propio por cumplir 15 años; iba ataviada con uno de esos vestidos que seguramente habrías evaluado, los chambelanes de frac y tú ahí, como uno de ellos en esos días de fiestas por cualquier motivo.
“¡Qué guapo tu hijo! Además, inteligente”, me decían las amigas. Y, ya sabes, yo un pavorreal que presumía tus dotes de artista. Diseñador gráfico, optaste por la profesión y en la familia eras el chavo ibero. O sea.
Pero, un año después de llevarte a clase de siete de la mañana, a la Ibero, decidiste cambiar de carrera y te recibiste licenciado en Diseño Textil. Sí, tu vocación que tanta felicidad te dio y permitió viajar por el mundo y hasta vivir en Ecuador. ¡Qué chingón! Pero…
¡Ay, Moy!
Así es el destino que un día irrumpe y no comulgo con aquello de que es para bien o para mal. No, irrumpe y punto y la vida se nos acaba o se torna exitosa, puede ser gris y multicolor como cuando uno se enamora y ama a los hijos como yo te amo y amo a tus hermanos porque el amor es infinito.
Y tus hermanos y hermanas lo saben, Moy.
Siempre alegres, con Yaz, Brenda y Astrid Daniela y Daniel y Carlitos. ¿Recuerdas la foto que nos tomamos en El Árbol del Tule, el ahuehuete de Santa María del Tule, en Oaxaca? Fuimos de vacaciones y Astrid era una nena linda que recién había aprendido a caminar.
Como tú cuando niño que viajabas conmigo y un día te preguntaron qué querías ser de grande. “Reportero, chingón y con una cortada en la mano”. Me aludías, sí, me habían operado de un quiste en la mano izquierda.
Pero fuiste diseñador textil y ávido lector amante de la vida que disfrutaste plenamente. Por eso, Moy, cuando en la misa hilaba anécdotas tuyas sonreí, paradojas de suyo, porque recordé uno de esos días en los que platicábamos de todo y me dijiste:
–Si hoy me muero, papá, me iré feliz porque he disfrutado de la vida, he hecho lo que he querido y obtenido mis objetivos.
–No sea trágico, espérate—respondí.
Y mira lo que el destino me jugó, Moy.
Pero, bueno, no dudo que ese tipo de pláticas las tengan otros padres con sus hijos mayores, cuando los años desfilan elementales impregnados de experiencia, olorosos a batallas ganadas y derrotas asimiladas.
Aunque, ¡caray!, Moy, ese jueves 13 de mayo de hace tres años la voz que se ausentó durante tres décadas me informó de tu partida, fue un golpe en el pecho, dolor inconmensurable que me reventaba las sienes y me provocó el llanto acompañado del grito que se ahoga, atorado en la garganta se queda por siempre.
Moy, ¿sabes?, un día pregunté cuánto dura el duelo porque traía en el alma el que me provocó la partida de Yaz, cinco años antes, y luego te vas y siento en el corazón la ausencia de los dos.
Fuiste, junto con Yaz, mi cómplice y maestro. Fui, de ustedes el alumno aplicado que aprendió a ser el mejor padre, el amigo que siempre presumió ser amigo de ti y de tus hermanos.
Tres años, Moy, tres. Camino por las calles que nos llevaban los domingos a desayunar juntos, cuando, adulto, viviste conmigo. Y te disfruté como al niño que no le dediqué todo el tiempo que aspiraba porque el trabajo, siempre el trabajo, me llevaba a largas ausencias de la casa.
Por eso, cuando nos quedamos solos tus hermanas, tú y yo, me metí a la sociedad de padres de familia de la primaria Emiliano Zapata y luego en la Secundaria 78, para estar junto a ustedes. Tiempos difíciles, pero los vivimos plenos, sin la presencia de quien 30 años después volvió.
¿Por qué? ¿Para qué?
¡Caray, Moy! En tres años han pasado tantas experiencias y situaciones gratas como el que tus hermanos, Daniel y Carlitos, a quienes presumías y protegías, se hayan recibido, uno como médico y, el otro, ingeniero.
Astrid es diseñadora gráfica, siguió tus pasos, pero es más artista que tú y yo. Ella, Brenda y tus hermanos, como tú y Yaz, por supuesto, mi orgullo. Obtuve el objetivo de mi vida con ustedes, pero, Moy, a contrapelo de la providencia siento que algo faltó porque, hoy, en la soledad las ausencias duelen profundamente.
Por eso he aprendido a vivir con esta sensación de tenerlos a mi lado, de saber que te tengo como mi aliado frente a la adversidad o, Yaz, mamá que diariamente preguntaba por mi salud y de sábado en sábado me visitaba para llevarme las frutas que me gustan o atenderte, al fin hermana preocupona.
El sábado en la iglesia, en esa enorme sala de oración, ya no pregunté por quienes paulatinamente se han alejado. Hay amigos y amigas tuyas, saben quiénes son y de pronto me envían un mensaje. Nadie, empero, como la querida Yaz Castillo que siempre está al pendiente y te recuerda con cariño.
¡Ay, Yaz como mi Yaz!
Ya es martes, Moy. Corren las primeras horas del día después de hace tres años de tu partida y te dedico unas de esas lágrimas que me he negado a mostrar en público desde que mi madre fue sepultada en mi pueblo San Lorenzo Chiautzingo.
Me duele Moy.
El eco de aquel golpe de la tarde del 13 de mayo de 2021 es vigente y asumo que nadie está obligado a mantener el duelo por tu partida, pero estoy convencido de que todos y todas, amigos y amigas, te recuerdan; sus quehaceres ya no les dan el tiempo para estar físicamente en la ceremonia celebrada en tu memoria, aunque ahí están.
Mis hermanos File y César, Anel, Aarón, Daniel, Carlitos, mis amigas Verónica Valdés y Susana Coeto, mi amigo Roberto Cienfuegos y su esposa e hijos, mi cuaderno de doble raya Manolo Gómez y su señora, por supuesto Yaz Castillo Martín, presentes en la misa, te abrazaron como igual lo hicieron quienes me enviaron mensaje recordándote.
¡Que dicha, Moy!
Te traigo aquí, aquí en mi corazón y en la memoria. Siempre vigente.
¿Vamos por unos taquitos? ¡Caray!
Es tarde, Moy, dormiré y mañana y al nuevo día asistiré con renovado vigor y las cabronas ganas de ser un mejor ser humano, como tú. Te abrazo y beso en la frente. Hasta mañana, amado Moy. Digo.
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