Por supuesto, algunos clásicos de Barolo se mantienen en el menú, como el cappelletti de lengua con mantequilla noisette, echalot, vino blanco, pasta de trufa y demi glace; los calamares fritos con vadouvan, alioli de finas hierbas y limón asado; y las croquetas de prosciutto con alioli de chipotle. Estos platillos han sido parte fundamental de la identidad del restaurante y seguirán deleitando a los comensales con su equilibrio entre tradición y creatividad.
Los postres también han recibido una renovación. Se suman opciones como la panacota de tomillo limón con melocotón al vino tinto, que fusiona notas herbales y frutales en una textura sedosa. El melocotón es infusionado con licor y vino tinto, realzando su dulzura natural con un ligero toque especiado que complementa la suavidad de la panacota. Además, en los próximos días se incorporará un fondant de chocolate con aceite de oliva de Albertina, helado de aceite de oliva y flor de sal. Esta versión del clásico volcán de chocolate destaca por su interior fundente de cacao intenso, realzado con el toque afrutado del aceite de oliva y la delicada salinidad de la flor de sal, mientras que el helado aporta una untuosidad inesperada y sofisticada.
Este cambio no es una ruptura con el pasado, sino una evolución natural. Después de dos años de explorar los mismos sabores, el equipo de Barolo sintió que era momento de dar un nuevo aliento a su propuesta gastronómica, sin perder su esencia. La cocina sigue siendo un espacio de experimentación y creatividad, donde cada plato refleja la pasión por la gastronomía y el compromiso con la calidad.
Barolo continúa siendo un destino imperdible para los amantes de la buena mesa, un lugar donde la tradición italiana se encuentra con la innovación en cada bocado. Con esta renovación, la experiencia se mantiene fiel a su filosofía original, pero con un aire fresco que invita a redescubrir su cocina.