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JUEGO DE OJOS: Mujeres que vieron a México (III)

5 de octubre de 2025
in Adriana Moreno

Adriana Moreno

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El último personaje de la trilogía que me inspiró la arenga del 15 de
septiembre es una autora a la que descubrí no por accidente, sino porque, como
propuso Edmundo Valadés, estábamos destinados a encontrarnos.
Investigaba para un ensayo sobre Jack London y me urgía una fuente que
confirmara que estuvo como reportero durante la invasión yanqui de Veracruz. En
vano fatigué fondos y textos académicos cuando cayó en mis manos la carta de
una señora que vino a México por que su marido la trajo, con el chisme a su
hermana: “Fuimos al puerto ¿y a quien crees que vi sentado en la banca de un
parque? ¡Al antipático del señor London, el escritor!” (cito de memoria).
¡Eureka! Jack sí estuvo en estas tierras. Y no me lo confirmó el gran Eric
Hobsbawm, sino la modesta Edith O’Shaughnessy (née Edith Louise Coues) en el
libro que tituló La esposa de un diplomático en México. Y no sólo eso. Cuando me
zambullí en los archivos para un documental que incluía el asesinato de Madero y
la autoría intelectual de Henry Lane Wilson, fue doña Edith la que puso el clavo
definitivo en un episodio que estaba produciendo: en otra carta -que igual cito de
memoria- le cuenta a la hermana que “el general Huerta” había visitado al
Embajador y el par se había encerrado en la biblioteca “a tomar sus copitas” y
quizá también para “escribir un plan”. Edith explica con humor involuntario que en
México los alzados se la pasaban “expidiendo planes”. Su ironía sobre los “planes”
de los revolucionarios y su detallismo en describir vestidos y gestos nos recuerdan
que la Revolución no fue sólo fusiles y proclamas: también fue conversación,
rumor y vida doméstica.
Así se presentó Edith al mundo: como observadora privilegiada de la
tragedia mexicana de 1913. No era periodista ni historiadora, sino esposa de
Nelson O’Shaughnessy, el diplomático que se hizo cargo de la embajada yanqui
cuando el presidente Wilson dio un manotazo y el Embajador fue puesto de patitas

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

2
en la calle. Para fortuna nuestra, la epistolomanía de Edith tradujo las cenas,
recepciones y charlas de salón en crónicas políticas de gran valor. Porque Edith es
más que una señora que extraña a su hermana, es una observadora muy
despierta que se da cuenta de lo que sucede en su entorno. Como escribió
Carolina Depetris en su Intrahistoria de la Revolución Mexicana en 2011:
“O’Shaughnessy llega a México convencida de que el problema en el que está
sumido el país es de larga data, que este problema se explica en el marco político
más amplio de América Latina”, y que no se puede resolver sin la intervención de
alguna potencia de fuera porque, dice, “los mexicanos nunca se han gobernado
por sí mismos”.
Pero cuando su país apoya a los rebeldes del Norte, Edith critica esta toma
de partido. “Todo el tiempo tengo la enfermiza sensación de que nosotros estamos
destruyendo a estas gentes y que no hay remedio. Siento que nos aprovechamos
de todas sus desgracias … no por Huerta, ni por la democracia, ni por México,
sino por el petróleo.”
Edith nació en Washington en 1876 y se educó en un ambiente
cosmopolita. Al casarse con O’Shaughnessy fueron enviados a embajadas en
varios países europeos antes de llegar a México. En Días diplomáticos (1917) y
sobre todo en La esposa de un diplomático en México (1916) registra sus visiones:
la elegancia de la sociedad porfiriana, el desconcierto ante Madero, la irrupción
brutal de Huerta y la violencia de la Decena Trágica.
Es fascinante cómo, al igual que Rosa E. King y Fanny Calderón de la
Barca, su voz se abre paso en un ambiente copado por hombres, la diplomacia y
la política internacional. En sus cartas no sólo da cuenta de intrigas, sino también
de modas, bailes y conversaciones frívolas que revelan el ambiente social de la
época. Su narración no es la del parte militar ni el memorándum oficial, sino la de
una mujer que se fija en las expresiones, en las risas nerviosas, en el tintinear de
las copas que acompañaron el derrumbe de un gobierno.

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

3
En un pasaje muy conocido describe a Madero con una mezcla de ternura y
escepticismo: “No carece de encanto, pero no es apto para gobernar”. En otro
pinta a Huerta como hombre de costumbres más de cantina que de palacio.
El libro de Edith, dicen algunos historiadores, es tanto documento histórico
como obra literaria. Es una mirada teñida de cierto clasismo y parcialidad
diplomática, pues veía la Revolución a través del cristal de la élite porfiriana y sin
duda con alguna influencia del embajador Wilson, pero justo por ello su testimonio
es importante, pues revela los sentimientos de quienes temían y despreciaban el
movimiento popular.
Dice Ángel de la O que la crítica mexicana “ha leído a Edith O’Shaughnessy
con cautela: como fuente que ilumina los entretelones de la diplomacia
estadounidense en 1913, pero también como ejemplo de la mirada sesgada de las
esposas de funcionarios. Sus descripciones tienen un sabor de salón, pero
contienen claves históricas: la connivencia entre Wilson y Huerta, la percepción
extranjera de Madero, la frivolidad en medio del derramamiento de sangre.”
Su obra se estudia a la par de la correspondencia diplomática oficial; su
valor está en lo que revela sin proponérselo: la naturalidad con que el poder
extranjero se movía en la Ciudad de México y la manera en que los grandes
cambios se decidían entre banquetes y brindis. Edith, desde la Embajada, dejó el
retrato íntimo de un golpe de Estado entre risas nerviosas y copas de whisky.
Junto a Rosa E. King y Frances Calderón de la Barca, Edith
O’Shaughnessy cierra esta trilogía de miradas femeninas sobre México. Tres
mujeres, tres extranjeras, tres contextos distintos: la marquesa en el México
posindependiente, Edith en la Revolución de 1913 y Rosa en el zapatismo de
1914. Cada una escribió desde su observatorio: la viajera ilustrada, la esposa-
diplomática y la hotelera despojada. Ninguna se propuso ser cronista oficial, pero
las tres nos legaron retratos invaluables. Tampoco fueron las únicas. Entre otras
las acompaña Fanny Chambers Gooch con la sugerente obra Cara a cara con los
mexicanos: vida doméstica, costumbres educativas, sociales y de negocios,
gobierno y literatura, leyendas e historia general de los mexicanos, como los vio y

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

4
estudió una mujer estadounidense durante siete años de convivencia con ellos,
obra que dedicó a "sus amigos mexicanos" en 1887.
Quizá por eso sus voces resuenan todavía y fueron como un trasfondo de la
arenga de la presidenta Sheinbaum el 15 de septiembre: porque en medio de
revoluciones, pronunciamientos y caudillos, fueron mujeres que dejaron
constancia de la vida que corría por debajo de la gran historia.

5 de octubre de 2025
[email protected]

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