En memoria de Carlos Mendoza Fleury.
Un atardecer ha doce lustros y tres años, en su casa solariega en Ketchum,
Idaho, Ernest “Papa” Hemingway se quitó la vida. Buscó refugio en una habitación,
cerró las cortinas, tomó asiento al borde la cama, apoyó la boquilla del cañón de
su escopeta en el paladar y jaló el gatillo.
Así dijo adiós a las armas y a su generación perdida para remar por el
infinito rumbo a las verdes colinas en donde las campanas siempre doblan a vida y
no hay más quinta columna que la de los hombres que han encontrado la luz.
Estaba a punto de cumplir 62 años y dejó sin publicar tres mil páginas de
manuscritos.
Al día siguiente, el obituario del Oakland Tribune decía: “La muerte siguió la
vida de Ernest Hemingway como una sombra obsesiva. El tema de la muerte fue
su sello distintivo alrededor del cual construyó sus novelas y cuentos. Alguna vez
dijo que sólo había un tema para un escritor: la muerte y su evasión temporal, la
vida”.
En 1953 recibió el premio Pulitzer y en 1954 el Nobel. Anécdotas del oficio,
pues el legado de Ernest es la inmortalidad de su literatura. El morbo de quienes
le recuerdan por una vida desordenada y caótica no hace mella en su arte.
Al conocer la noticia de su muerte, unos profesores dijeron que durante los
siete meses anteriores al suicidio Hemingway había sido “un fantasma de sí
mismo”. ¿Y? Quien haya visitado la “Finca Vigía” en las afueras de La Habana
habrá sentido lo que yo en su estudio: estos creadores pueden abandonar el
mundo, pero su energía se queda entre nosotros.
Ernest Hemingway fue una de las más recias e imponentes personalidades
literarias del siglo pasado y su obra y su vida siguen deslumbrando a lectores en
todo el mundo.
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
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Por estos días se cumplen los aniversarios del natalicio y muerte de este
integrante de la generación que Gertrude Stein bautizara como perdida que llegó
al mundo el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, y se fue por mano propia el 2
de julio de 1961.
Se ha dicho que el brutal tratamiento de electrochoques a que fue sometido
en la Clínica Mayo para “curar” su neurosis lo llevó al suicidio. Yo creo que “Papa”
sencillamente decidió darse un final de novela … de novela de Hemingway.
Alucinante es el adjetivo que encuentro para describir su vida. Como en una
película proyectada a alta velocidad lo vemos escribir de pie por las mañanas, al
volante de una ambulancia en Fossalta di Piave, pescar en la corriente del Golfo,
beber mojitos en La Bodeguita del Medio, acechar presas al pie del Kilimanjaro,
azuzar a toreros en Las Ventas, discutir con Orwell y Capa en el Hotel Florida de
Madrid y lanzar carcajadas al enterarse de noticias sobre su “muerte”.
En Granma Internacional, Michel Porcheron publicó una espléndida crónica
sobre el episodio africano de fines de enero de 1954 en el que supuestamente
Hemingway perdiera la vida y que ilustra cómo el escritor era cual personaje de
sus novelas. Un extracto:
“El 21 de enero, después de un safari, Hemingway alquila un monoplano
Cessna para un paseo de exploración sobre el lago Tanganica, Kenia y Uganda,
con el Kilimanjaro como telón de fondo.
“Pasa la noche con sus acompañantes en Bukavu, antiguo Congo belga. Al
día siguiente, sobrevuelan el Sur del lago Victoria y, más tarde, los lagos Eduardo
y Alberto.
“El día 23 siguen el Nilo Blanco hasta su nacimiento en el lago Alberto y
sobrevuelan después las cataratas Murchison, entre los lagos Kyoga y Alberto […]
El avión choca con unos cables telegráficos y el piloto se ve obligado a hacer un
aterrizaje forzoso a 5 kilómetros de las cataratas.
“Los pasajeros logran salir de los restos del aparato. Como el radio está
averiado, pasan la noche en el lugar del accidente. A la mañana siguiente, logran
atraer la atención de una lancha que navega por el lago Victoria. Llegan a Butabia
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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donde Hemingway alquila otro avión [pero éste] ni siquiera llega a despegar sino
que se estrella y se incendia al final de la pista… Y de nuevo todo el mundo sale
ileso … aparentemente.
“Un equipo de ayuda los lleva en auto a Masindi, entre Butavia y Entebbe.
Al día siguiente llegan a la capital ugandesa y, más tarde, a Nairobi. Es allí donde
Hemingway lee en la prensa la noticia de su muerte y, ulteriormente, la de su
resurrección. Aunque se salvó dos veces, Hemingway quedó seriamente afectado
y, durante el resto de su vida, sufrió algunas secuelas de las lesiones sufridas.
“Gabriel García Márquez escribió que, aquel día de enero de 1954, ‘la
muerte no podía ser cierta. El equipo de socorro lo encontró alegre y medio
borracho en un calvero, cerca del cual merodeaban varios elefantes. La obra
misma de Hemingway, cuyos héroes no tienen derecho a morir sin haber sufrido
durante cierto tiempo la amargura de la victoria, había desacreditado por
adelantado ese tipo de muerte, más propia del cine que de la vida’”.
Siete novelas, seis volúmenes de cuentos, ensayos y una colección de
anécdotas más alta que el Kilimanjaro son el legado de este escritor cuya vida y
obra se siguen abordando en el cine, en documentales, en biografías y en la
Academia literaria.
No faltan los mentecatos que sin haberlo leído lo citan o lo ponen de
ejemplo negro del desorden de vida … sin pensar que ningún “desordenado”
hubiera producido tantas páginas como las que nos dejó. Para ellos una de sus
sentencias: “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para
aprender a callar”.
En memoria del gran Papa y como regalo estival a los lectores de JdO, dos
fragmentos de su obra:
Del cuento “Los asesinos”, de Hombres sin mujeres:
“Recordaba perfectamente la época de su plenitud, apenas hacia tres años.
Recordaba el peso de la chaqueta de torero espolinada de oro sobre sus hombros,
en aquella cálida tarde de mayo, cuando su voz todavía era la misma tanto en la
arena como en el café. Recordaba cómo suspiró junto a la afilada hoja que
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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pensaba clavar en la parte superior de las paletas, en la empolvada protuberancia
de músculos, encima de los anchos cuernos de puntas astilladas, duros como la
madera, y que estaban más bajos durante su mortal embestida. Recordaba el
hundir de la espada, como si se hubiese tratado de un enorme pan de mantequilla;
mientras la palma de la mano empujaba el pomo del arma, su brazo izquierdo se
cruzaba hacia abajo, el hombro izquierdo se inclinaba hacia adelante, y el peso del
cuerpo quedaba sobre la pierna izquierda… pero, en seguida, el peso de su
cuerpo no descansó sobre la pierna izquierda, sino sobre el bajo vientre, y
mientras el toro levantaba la cabeza él perdió de vista los cuernos y dio dos
vueltas encima de ellos antes de poder desprenderse. Por eso ahora, cuando
entraba a matar, lo cual ocurría muy rara vez, no podía mirar los cuernos sin
perder la serenidad.”
De Por quién doblan las campanas:
“El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su
rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la
montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás
de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el
oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque
llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón
golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino.”
“Estaban tan juntos, que mientras se movía la aguja que marcaba los
minutos, aguja que él no veía ya, sabían que nada podía pasarle a uno sin que le
pasara a otro; que no podría pasarles nada si no eso; que eso era todo y siempre,
el pasado, el presente y ese futuro desconocido. Lo que no iban a tener nunca lo
tenían. Lo tenía ahora y antes y ahora, ahora y ahora. O ahora, ahora, ahora; este
ahora único, este ahora por encima de todo; este ahora como no hubo otro, sino
este ahora y ahora es tu profeta. Ahora y por siempre jamás. Ven ahora, ahora,
porque no hay otro ahora más que ahora. Sí, ahora. Ahora por favor, ahora; el
único ahora. Nada más que ahora. ¿Y dónde estás tú? ¿Y dónde estoy yo? ¿Y
dónde está el otro? Y ya no hay por qué; ya no habrá nunca por qué; sólo hay este
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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ahora. Ni habrá nunca por qué, sólo este presente, y de ahora en adelante sólo
habrá ahora, siempre ahora, desde ahora solo un ahora; desde ahora sólo hay
uno, no hay otro más que uno; uno, uno, uno. Todavía uno, todavía uno, uno que
desciende, uno suavemente, uno ansiosamente, uno gentilmente, uno felizmente;
uno en la bondad, uno en la ternura, uno sobre la tierra […]”
14 de julio de 2024