Una tarde de marzo de 1945 en el Ritz, el hotel parisino preferido por los
corresponsales de guerra, un hombre alto y desgarbado, mal rasurado y de
penetrantes ojos claros, subió a paso cansino por las escaleras hasta una de las
habitaciones en cuya puerta tocó con cierta indecisión.
-¡Quién diablos es! -tronó del interior un vozarrón.
-Erick Blair -respondió el visitante.
-¡Y a mí qué carajos me importa quién sea Erick Blair! … ¡Qué demonios
viene a joder! … –contestó el rugido al tiempo que la puerta se abría de golpe y
aparecía un tipo musculoso y barbado, cuya mirada destellante y aliento espeso
se explicaban por la media botella de güisqui que llevaba en la mano izquierda.
El visitante titubeó un momento, pero al ver que el enojo amenazaba con
hacer saltar los ojos de aquel sujeto, rápidamente dijo:
-¡Soy George Orwell!
Y la mirada del hombrón se endulzó, su cuerpo pareció relajarse y casi con
ternura exclamó:
-¿Orwell? ¡Carajo! Pasa a tomar unos güisquis. ¡Tenemos mucho de qué
platicar!
Dice la tradición literaria que así fue el encuentro personal de dos de los
mayores escritores en lengua inglesa de su tiempo, Ernest Hemingway y George
Orwell, en plena guerra mundial. Los dos conocían a fondo la obra del otro y
ambos darían testimonio de la guerra civil española, el conflicto fratricida que
marcó a una generación que, a riesgo de contradecir a Gertrude Stein, me parece
que fue la verdaderamente perdida.
En Homenaje a Cataluña Orwell-Blair destilará su desencanto con el
totalitarismo disfrazado de promesa de un mundo mejor, en uno de los relatos más
conmovedores escritos sobre la guerra civil en donde desvela la confabulación
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entre el Partido Comunista Español y los comunistas soviéticos para destruir al
anarquismo español aún a costa del triunfo de la Falange.
El volátil y sanguíneo Hemingway, por su parte, recoge la saga de aquel
momento de sangre y pasiones a partir de un compromiso más estético que
político en Por quién doblan las campanas.
Hoy los críticos siguen discutiendo si el encuentro de estos gigantes
realmente tuvo lugar en el Ritz, pero el episodio ciertamente encaja con sus
personalidades y yo lo doy por cierto … aunque La República de las Letras me
demande.
Richard Lance Keeble consigna que en una carta que Hemingway le
escribió al crítico Harvey Breit el 16 de abril de 1952, dos años después de la
muerte de Orwell, le dice que Orwell temía que los comunistas quisieran matarlo y
le pidió prestada una pistola. Hemingway le entregó una Colt .32 que Paul Willerts
le había regalado.
Orwell, dice Hemingway en la carta, se fue “como un pálido fantasma”. La
historia se repite en las memorias de Hemingway, True at First Light y en la
autobiografía de Paul Potts, amigo de Orwell.
Keeble considera que si el encuentro tuvo lugar, encajaría en el patrón de
comportamiento de Orwell en París. La mayoría de los hombres que conoció
estaban, de algún modo, vinculados a los servicios de inteligencia.
Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, vivió con la
convicción de que el mundo se puede cambiar y que si para ello una herramienta
poderosa es la letra escrita, tomar las armas resulta más eficaz. Como nuestro
Martín Luis Guzmán, estuvo en las trincheras y más de una vez miró a la cara a la
muerte. Fue escritor, periodista, corresponsal de guerra y soldado.
Orwell se veía a sí mismo como un luchador social más que un escritor, lo
cual lo diferencia de otros autores de su tiempo como el propio Hemingway,
poderoso creador, cierto, pero también sibarita y diletante.
Percibo a Orwell más cercano a Jack London, cuya obra si bien llega a
nuestros días como de “aventuras” o de “libros juveniles”, en realidad buscó
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impulsar en el mundo de su tiempo el ideal socialista. Por cierto y como nota al
calce, London estuvo en México para reportear la toma de Veracruz en 1914 … y
terminó sus días con un furibundo odio a los mexicanos. ¡Quién sabe qué habrá
vivido en el puerto el autor de Colmillo blanco!
Por las vías materna y paterna Orwell era descendiente de aristocracias
coloniales en decadencia al servicio de imperios opresores y toda su vida vivió con
la “culpa” de ese origen. Vio la primera luz el 25 de junio de 1903 en Motihari, un
poblado de la India. Según apreció su biógrafo Jeffrey Meyers en Orwell,
tempestuosa conciencia de una generación, desde su nacimiento el escritor “vivió
torturado por una culpabilidad colonial”.
Según Meyers, Motihari “fue el lugar menos indicado para el nacimiento de
ese escritor que fue la quintaesencia de lo inglés […] El lugar y las circunstancias
de su nacimiento fueron factores cruciales en la vida de Orwell. Fue educado para
creer en lo justo de la dominación inglesa sobre la India y de joven sirvió a la
administración colonial. Pero su herencia contenía la semilla de su propia
destrucción. Con el tiempo abandonaría su odioso empleo para condenar la
maldad del imperialismo”.
Su padre, Richard Blair, fue empleado del departamento de opio del
gobierno colonial de la India, donde al cabo de 32 años logró ascender de
subagente auxiliar a subagente primer grado. Su madre, Ida Mabel Limouzin,
creció en medio de riquezas y estuvo comprometida con un atractivo e inteligente
joven quien puso pies en polvorosa apenas supo de la bancarrota de su futuro
suegro. Entonces Ida tuvo que conformarse con Richard, el insignificante
burócrata.
Se establecieron en Motihari y a la primera oportunidad Ida se acogió a la
costumbre colonial de llevar a los hijos de regreso a la madre patria para
inscribirlos en la escuela … y nunca regresó a la India. En otras palabras, escapó
en cuanto pudo e hizo su propia vida, alejada del marido e incluso de sus hijos.
Cuando años después Richard se jubiló y regresó a Inglaterra, vivieron en la
misma casa en recámaras separadas.
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Modesto Seara dice de Orwell que “Educado en el prestigioso Eton College,
tuvo a lo largo de su vida una serie de experiencias que lo acercaron a los
desheredados, a los sin poder. Trabajó cinco años en la Policía Imperial India en
Birmania, donde conoció de primera mano la fuerza del dominio colonial. Más
tarde, vivió en la pobreza en París, ciudad donde enfermó por debilitamiento, y
posteriormente convivió con las clases trabajadoras en Lancashire, Inglaterra.
Orwell quiso vivir como lo hacían los sectores más pobres de la sociedad para
descubrir su mundo, cosa que hizo en dos libros: Sin blanca en París y en Londres
(1933) y El camino de Wigam Pier (1937)”.
Bernardo González Solano juzgó que “Como todo gran personaje de la
cultura que se precia de serlo, George Orwell también tuvo sus claroscuros que, a
pesar de todo, no logran empañar su imagen en la posteridad. Así, por ejemplo
hay algunos apuntes sobre el oscurantismo de una época de confusión que marcó
su literatura: ‘Lo que he visto en España no me ha hecho un cínico pero me hace
pensar que el futuro es tétrico … No estoy de acuerdo, sin embargo, con la actitud
pacifista como creo que lo estás tú (carta dirigida a Rayner Heppensthal, el 31 de
julio de 1937). Aún creo que es necesario luchar a favor del socialismo y contra el
fascismo, quiero decir luchar físicamente y con armas, aunque hay que saber
quién es quién’.”
Seara abunda: “Como otros grandes intelectuales, George Orwell decide
incorporarse a las Brigadas Internacionales para luchar contra el fascismo en la
Guerra Civil Española. Orwell combatió al lado de los anarquistas y pasó un poco
más de tres años en las trincheras del frente de Huesca, donde fue herido por un
francotirador. La experiencia española (o será mejor decir catalana) fue para
Orwell rica en enseñanzas políticas. Ahí pudo ver de primera mano el fascismo y
conoció la fuerza y los métodos empleados por los grupos alineados al comunismo
estalinista: las campañas de desinformación, las persecuciones (de las cuales
Orwell pudo finalmente escapar saliendo de España), las detenciones
injustificadas, las torturas y las desapariciones. De estas experiencias nace la obra
Homenaje a Cataluña […]”
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Christopher Hitchens sostuvo que si Lenin no hubiera acuñado la máxima
“El corazón en llamas y el cerebro en hielo”, ésta habría sido el lema heráldico de
George Orwell, “cuya pasión y generosidad sólo fueron superadas por su
desprendimiento y reserva”.
Orwell, uno de los pensadores más originales y profundos de su tiempo, fue
también un gran “guerrero de la lengua” y a su pluma debemos textos que
contribuyeron a descubrir el verdadero rostro del “socialismo” estalinista y que se
alzaron contra la barbarie que azotó como vendaval de invierno al mundo en la
primera mitad del siglo pasado.
Rebelión en la granja y 1984 son quizá dos de las obras más conocidas de
Orwell-Blair dentro de una larga relación que incluye, además de las mencionadas
arriba, Días en Birmania (1934), La hija del reverendo (1935), Que vuele la
aspidistra (1936), Disparando al elefante y otros ensayos (1950) y Ensayos
Completos: Periodismo y Cartas, publicación póstuma (1968).
El primero de enero de 1984, con un grupo de mi generación y en una
suerte de ritual político-literario, participé en un montaje con la relectura del libro
homónimo de Orwell con la idea de contrastar su trama con los tiempos que
vivíamos en México. Ese año en la radio y la televisión de muchos países se
recrearon textos en homenaje al visionario escritor, periodista y luchador social. La
Dirección General de Televisión Educativa produjo una versión de 1984 para el
canal 11 que estuvo a la altura de las series de la BBC.
En aquel año me pregunté qué habría sido de Bola de Nieve. ¿Lo
recuerda? El cerdo que cayó de la escalera cuando a la inmortal frase “Todos los
animales son iguales” plasmada en el costado del granero añadía el colofón: “Pero
unos son más iguales que otros”… para justificar la dominación de la raza cerduna
sobre el resto de los bípedos y cuadrúpedos que soñaron con un mundo a salvo
de la opresión humana en Rebelión en la granja.
Es posible que el lector se pregunte por qué pensé en Bola de nieve y no en
Winston, el personaje central de 1984. La razón es que in illo tempore creía que la
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maldad tiene más posibilidades de triunfo que la bondad. En otras palabras, que
en la lucha entre el bien y el mal, el primero con frecuencia se lleva la peor parte.
Afortunadamente, el tiempo me ha demostrado que Orwell tuvo la razón, y
que la palabra y la acción política son las mejores armas para combatir la maldad
y la opresión de los totalitarismos. Creo que en los tiempos que vivimos se
multiplican las razones para leer a Orwell.
9 de marzo de 2025
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