Los más letales instrumentos de exterminio humano no están en los
arsenales nucleares de las grandes potencias sino en las calles de las ciudades,
en las zonas de conflicto de “baja intensidad” y en los feudos de los señores de la
guerra. Se estima que en el planeta uno de cada 12 habitantes posee un “arma
ligera”, lo que da la escalofriante cifra de 550 millones de estos artefactos de
muerte en manos de personas muy posiblemente desequilibradas.
Medio millón de seres humanos muere cada año víctima de balas de calibre
que va de pequeño a moderado. La inmensa mayoría de estas víctimas son
civiles. En algunas regiones del mundo quienes disparan esos proyectiles son
niños de entre diez y 15 años.
Sin ir más lejos, nuestros vecinos del norte ocupan un primerísimo lugar en
este escenario. Según datos recopilados por el Gun Violence Archive, el 2023
cerró con 40,167 muertes ocasionadas por “armas ligeras”, 118 al día. En The
Land of the Free and the Brave hubo 632 episodios de masacres en iglesias,
escuelas, restoranes y centros comerciales. Este es el país del mentecato que
quiere poner un muro en su frontera sur para frenar “el peligro mexicano”.
Así es. Hace tiempo que Donald Trump encontró al Gran Satán a quien
culpar del cáncer que corroe las entrañas de su país: le puso sombrero charro,
botines, chaquetilla, bigote, bandera y nombre: The Mexican Threat. ¡Aleluya! Nos
convirtió en la bestia negra del postcomunismo. En el Kremlin, Putin y los
camaradas de la nomenklatura se retuercen de envidia.
¿Qué se necesita para neutralizar a un Gran Satán según este político que
enfrenta 91 juicios por delitos que van del abuso sexual a los fraudes financieros?
Si hemos de creer al acreditado padre Karras, con una solución de agua del
Potomac, polvo del cerebro de un republicano, uñas de un demócrata, saliva de un
yerno y un pelo naranja, ¡zaz!, el ominoso Belcebú prieto dejará de fastidiar con lo
del tratado comercial, vaciará su hacienda para pagar el muro, dejará de creer que
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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el tráfico de drogas es por los adictos de allá y muy probablemente pida la merced
de un estatus como el de Puerto Rico.
Pero en el país del güero color mostaza, de los más de 40 mil muertos por
la violencia callejera el año pasado, mil 306 fueron adolescentes y 276 niños. Los
suicidios con arma de fuego no se quedaron atrás: 22,506; es decir, 66 cada día,
incluyendo domingos y días festivos.
El tráfico de armas es una industria que rivaliza con el comercio
internacional de drogas. Así como los cárteles no escatiman energía e imaginación
para ampliar su base de consumidores, los proveedores de armamentos tienen
como meta pertrechar a tantos seres humanos como sea posible.
El movimiento de los arsenales es muy complejo. Comienza bajo la forma
de exportaciones legales en los países productores (Estados Unidos, China,
Israel, Rusia, otras naciones del ex bloque soviético y casi todos los estados
europeos) y se inserta en una red cuasi legal de comercio que desemboca en los
mercados “legales” y “negros” del planeta.
El mecanismo que abastece a los talibanes en Asia, a los tutsis y hutus en
África y a los cárteles en México, Centro y Sudamérica, es el mismo que facilita un
AK47 “cuerno de chivo” en Tepito a quien pueda entregar mil 500 dólares en
efectivo.
El mercado de armas representa ingresos de cientos de millones de dólares
para los fabricantes y de miles de millones para los traficantes. ¿Cómo creer los
encendidos discursos de los representantes del primer mundo a favor de los
derechos humanos en los foros internacionales cuando son los países que
representan los principales fabricantes de pistolas, ametralladoras, rifles,
escopetas y otros instrumentos de muerte?
Hay estados que con una mano entregan ayuda a la Cruz Roja
Internacional y al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, y con la otra
tecnología y licencias de fabricación de armas a pujantes industrias del tercer
mundo.
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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En el mercado doméstico de Estados Unidos casi cualquier persona puede
adquirir un arma en tiendas o por Internet. Y hasta hace poco las balas se vendían
en los supermercados a poca distancia de las jaleas, la leche y las verduras.
Los sicópatas que masacran a compradores en centros comerciales, a
comensales en locales de venta de hamburguesas, a estudiantes en escuelas o a
creyentes de sectas religiosas, compraron “legalmente” las armas y las
municiones. Algunos las adquirieron a crédito y no las terminaron de pagar … pues
la policía los abatió.
Y mientras la sociedad yanqui llora a sus muertos, los asesinos son
defendidos por otros sicópatas agrupados en una llamada “Asociación Nacional
del Rifle”, muy temida en Washington por su capacidad de cabildeo y cortejada por
una pléyade de políticos crónicamente necesitados de fondos electorales. (El que
su presidente de muchos años, Wayne LaPierre, haya sido destituido y esté
acusado de birlar unos cuantos millones de dólares, describe bien a esta
honorable agrupación.)
El mercado de las armas obedece a las mismas leyes económicas que,
digamos, el mercado internacional de chatarra. Los fabricantes venden su
mercancía a exportadores “legales” (me resisto a utilizar el término “legítimos”).
Estos los entregan a la red de mayoristas, medio mayoristas y minoristas que
surte tanto a los clientes “naturales” a quienes se expedirá factura (ejércitos,
corporaciones de seguridad pública) como a los “pardos” que recibirán los
cargamentos con guías de aduana falsificadas en recónditos puertos.
Pero llega un momento en que los clientes “naturales” se encuentran con un
exceso de mercancía en las manos, como sucedió después de la guerra en los
Balcanes, o a la caída de la cortina de hierro, y entonces esa mercancía reingresa
al circuito económico de la misma manera que los autos robados y presiona los
precios a la baja.
Eso explica que en África oriental los ejércitos de niños estén dotados con
rifles de asalto Kalashnikov nuevecitos. Y también explica el surgimiento de una
red de comercio especializada en abastecer a las pandillas criminales en todo el
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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mundo. Entiéndase, no a terroristas o a traficantes de droga o a movimientos de
liberación, que tienen sus propios marchantes, sino a los asaltabancos, a los
secuestradores y a los piratas.
Y si a usted le parece que esto es diabólico, permítame decirle que hay
otras ramificaciones de este comercio execrable: la producción y distribución del
“gran” armamento: aviones, barcos, submarinos, cañones y misiles, y la
fabricación de las “minas antipersonal” que han desfigurado a cientos de miles de
seres humanos, principalmente niños y niñas, en muchas partes del mundo.
3 de marzo de 2024