La lectura y sus sujetos-objetos, los lectores, son personajes habituales de
esta columna, cual corresponde a un aprendiz de escribidor que adquirió
precozmente el vicio solitario que ni castigos ni azotainas han logrado remediar.
Tendría siete u ocho años cuando, enviado a la tienda del pueblo, descubrí
un estante de cuentos y me puse a hojear uno. Muchas horas después, por la
noche, mis padres me localizaron en aquel rincón encantado y pagué con vara de
membrillo la angustia que a la manera de Huckleberry Finn hice pasar a mi familia
y a los vecinos.
Ya mayor tuve la fortuna de conocer a Edmundo Valadés y él me enseñó
que leer es nunca más volver a estar solo. Y supe que Gorki, igual que yo,
encontraba que al recrear sus lecturas las distorsionaba y les agregaba cosas de
su propia experiencia porque literatura y vida se le habían fundido en una sola
esencia. Para él un libro era una realidad viviente y parlante. Menos una “cosa”
que todas las “otras cosas” creadas o por crearse.
No me sorprendió enterarme que Goethe también creía que al leer no es
que aprendamos, sino que nos transformamos, y alguna vez me pregunté cómo
había sido que Vasconcelos hablara de libros que se leen de pie y libros que se
leen sentados … estando seguro de que el autor de esta máxima había sido yo.
Por todo esto, me parece un despropósito teorizar sobre la relación que
tenemos con los libros. Es como querer explicar la relación que tenemos con lo
humano. Así como un tono de voz, un aroma o un roce de piel nos pueden
cambiar la vida, también el párrafo de un libro, el resplandor de una frase o la
melodía de una metáfora pueden tener sobre nosotros el efecto de un rayo y
poner de cabeza el mundo en el que hasta en ese momento vivíamos
plácidamente.
El libro moderno -con la apariencia que hoy conocemos- data de hace unos
570 años y desde 1988 la UNESCO declaró el 23 de abril como la fecha para
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celebrar este objeto lo mismo enaltecido, que vilipendiado, que temido …
dependiendo de la zona geopolítica o del momento histórico que se considere.
Cito un par de ejemplos tan sólo, pues la lista completa sería más larga que
la Cuaresma: Voltaire celebraba como un avance de la civilización que sus Cartas
inglesas se hubieren quemado en la plaza pública y no el autor de ellas; Joyce se
quejaba de que cuando Dublineses por fin apareció, alguien compró toda la
edición y la hizo quemar en un auto de fe particular; los nazis arrojaron a la
hoguera por igual a libros que a judíos; en México la novela Cariátide fue
denunciada en tribunales por inmoral por unos muy católicos redactores de
Excelsior. Y ni hablar de la orden de arresto contra el “agitador revolucionario
Matigari por conspirar para derrocar al régimen” librada por el gobierno de Nigeria
cuando Nguyi wa Th´iongo publicó con ese nombre una novela … ¡basada en una
leyenda kikuyo!
Desde la antigüedad, aquello que los políticos juzgaron que emponzoñaba
las mentes fue cuidadosamente controlado, primordialmente, la letra impresa. En
España e Italia la Inquisición se ocupó de esa vigilancia; en Francia, el ministro
Colbert puso en operación una policía literaria, que funcionó con temible eficacia
hasta el advenimiento de la Revolución.
El libro es un símbolo del saber y quizá por ello la relación entre libros y
poder transita entre vicisitudes. Los libros encierran misterios, son objetos
polifacéticos con los cuales se entabla un vínculo complejo. Me parece que se han
creado una serie de mitos alrededor de él y de su significado, sobre los que me
gustaría reflexionar.
Mito 1. La lectura es muy valiosa y se le debe impulsar.
En las sociedades modernas, especialmente en las que se definen como
democráticas, el libro ocupa un lugar privilegiado en el discurso oficial y educativo
… pero las políticas públicas orientadas a fomentar la lectura o no han sido las
adecuadas o algún compló las ha truncado. Políticos y funcionarios se llenan la
boca con arengas y se organizan ferias, talleres y encuentros, pero las frías cifras
dicen que en nuestro país el consumo de libros es de 2.9 al año por cabeza. Ya
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nuestro Marx doméstico, de apellido Arriaga, se ha encargado de satanizar el
infernal (y neoliberal) vicio de la lectura sólo por placer. ¡Uf!
Mito 2. La lectura está al alcance de todos, es cuestión de decidirse.
Hace años, cuando los canales de televisión se contaban con los dedos de
una mano, era una excentricidad consumir la programación cultural del once,
frente a cuyas cámaras “se podía cometer el crimen perfecto”, o “los diálogos de
Octavio con Paz” en el ocho. Era un problema intelectual: la enorme distancia
entre el interés que despertaba la tele comercial y el monumental desinterés en la
programación aburrida de “la cultura”… que, debo admitir, era un pesado fardo.
Con los libros sucede algo similar: no hay entrenamiento. Los niños y
jóvenes en edad escolar leen lo mínimo para cumplir las obligaciones escolares
porque no hay programas que los introduzcan verdaderamente a la lectura … algo
comprensible si sus maestros entran en el universo que lee 2.9 libros per annum.
Enseñar a leer por placer no es una tarea a la que se apliquen padres ni docentes,
porque muchos de ellos desconocen absolutamente tal gozo.
Mito 3. No se lee porque las computadoras han desplazado a los libros.
El uso de las nuevas tecnologías ha modificado el soporte del material de
lectura, de modo que quienes adquieren el gusto de leer, lo mismo lo hacen en un
libro tradicional que en una computadora, en un teléfono móvil o en otros
aparatejos. La nostalgia de oler la tinta es eso, nostalgia, porque sólo cambian los
artefactos en los que se lee, pero el proceso de aprendizaje o simplemente de
disfrute que puede producir leer en un libro impreso o en un archivo es el mismo.
Mito 4. En la actualidad es más fácil tener acceso a materiales de lectura
gracias a las tecnologías de la información y la comunicación.
La abundancia de información y a la disponibilidad de materiales en
internet, en realidad lo que han hecho es desfavorecer la lectura. Es como la
persona que desea perder peso y se da a la tarea de guardar recomendaciones de
dietas, sin comenzar nunca una.
Es necesario establecer políticas públicas que vayan al fondo del asunto.
¿Cómo hacer que los niños y jóvenes lean aunque sus padres y maestros no lo
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hagan? ¿Cómo articular programas que permitan participar a quienes sí desean
favorecer la lectura? ¿Cómo aplicar programas en los que sea más importante
ganar adeptos a la lectura que dar reportes de interés político sobre las acciones
realizadas? Es decir, necesitamos programas que erradiquen la simulación y
atiendan el problema.
Podríamos ensayar abriendo las ventanas de la escuela y echar a la calle
las declaraciones, las ceremonias y los eventos sobre “la importancia de la lectura”
para centrarnos en construir una zona de placer y disfrute para la lectura. Cada
lector ganado debe considerarse un triunfo, no una estadística para apantallar al
rector o al político. Así tendríamos mejores resultados como sociedad.
Me es inevitable recordar el pasaje de La sociedad de los poetas muertos
cuando el profesor (Robin Williams) invita a los alumnos a descuajar del libro de
texto de poesía la culterana y pedante introducción académica para zambullirse
llenos de alegría en el placer de la musicalidad poética de la obra misma.
Pienso que el espacio natural para la fiesta del libro debieran ser las
bibliotecas … cuando se reeduque a la mayoría de los bibliotecarios -de ser
necesario mediante una versión no sangrienta de la revolución cultural del llorado
camarada Mao- para que presidan recintos de diversión en donde hoy administran
cual custodios de la Lubianka salones que semejan celdas cartujas.
En los países más avanzado y democráticos, las bibliotecas permanecen
abiertas en las noches y los fines de semana y a los jóvenes se les permite
estudiar en piyama, tomar refrescos, consumir papitas, reírse, formar grupos de
trabajo y de vez en vez echarse un coyotito.
Entre nosotros, muchas bibliotecas son severos templos en donde un Zeus
formidable arroja rayos a quien alce la voz u, ¡horror!, mordisquee una torta a
escondidas mientras lee su mamotreto. Y desde luego sería más probable que el
Caballito de Tolsá cobrara vida y arrancara a galope rumbo a la Alameda, que
nuestros sindicatos universitarios consintieran en abrir puertas entre las seis de la
tarde del viernes y las nueve de la mañana del lunes.
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Escuché el fantástico rumor -que estoy seguro no es más que leyenda
urbana-, de que al conocer una propuesta para encabezar una campaña en este
sentido durante una cena de amigos, los dirigentes Gómez Urrutia y Haces
sufrieron un repeluzno desde la vértebra cervical hasta la coccígea (Catón dixit).
Pero bueno, ya todos conocemos los extremos a que llegan los reaccionarios
conservadores para poner en mal a nuestra clase política dominante.
Termino con una idea de Los bárbaros de Alessandro Baricco. Cito de
memoria: “Ningún libro puede llegar a estar cercano y ser apreciado por las
nuevas generaciones si no adopta la lengua del mundo nuevo.”
Y como regalo de comienzo de año para los lectores, comparto El sonido y
la furia, la gran novela de William Faulkner que este año entró al dominio público,
y Medio pan y un libro, de la pluma de este escribidor. ¡Comencemos 2025
leyendo por placer!
12 de enero de 2025
[email protected]
LIBROS DE REGALO
(El enlace caduca el martes 14 de enero)
https://we.tl/t-252NqEAxlp