Se cumplieron 157 años del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo y los
generales Miguel Miramón y Tomás Mejía en el Cerro de las Campanas en
Querétaro, con lo que llegó a su fin el trágico Segundo Imperio Mexicano.
Pero todavía andan por ahí, en México y en la Francia recién olímpica,
clericales atolondrados y morriños mascullando que fue un asesinato. No fue así.
El trío fue apresado en combate y presentado ante un Consejo de Guerra que lo
condenó al paredón conforme a una ley vigente, la del 25 de enero de 1862.
Con esta medida, el presidente Benito Juárez consolidó la República y
anunció al mundo que México no toleraría un gobierno impuesto desde el
extranjero.
El episodio de “lesa majestad” del 19 de junio de 1867 infartó a las casas
reales europeas y a la aristocracia mexica. Siglo y medio después, sus
descendencias aún sufragan misas para que el Altísimo mantenga a Juárez
ardiendo en los avernos por aquel crimen y de paso por la puñalada trapera de las
Leyes de Reforma.
El capítulo del Cerro de Las Campanas no fue cosa menor y tensó las
cuerdas geopolíticas de aquel momento.
Édouard Manet llevó al lienzo el episodio en una serie de cuadros y una
litografía que enfurecieron a Napoleón III, Le Petit Caporal, y a su corte, pues el
pelotón de fusilamiento viste el uniforme de las tropas galas, en alusión a quiénes
fueron los verdaderos responsables del destino del fallido emperador de México.
Guissepe Garibaldi y Víctor Hugo abogaron por la vida del príncipe
austríaco. El autor de Los miserables redactó una homilía que fue recibida al día
siguiente de la ejecución, por lo que nunca sabremos cuál habría sido su peso en
el ánimo del de Guelatao. Más que una curiosidad historiográfica, la misiva arroja
luz sobre este episodio fundacional de la República.
Es un texto interesante que refleja el ambiente de la época y la importancia
que se daba a México en los centros de poder europeos. Es posible que algunos
de nuestros actuales políticos lo encuentren interesante. Aquí completo:
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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“Juárez: Usted ha igualado a John Brown. La América actual tiene dos
héroes, John Brown y usted. John Brown por quien la esclavitud ha muerto; usted,
por quien la libertad vive. México se ha salvado por un principio y por un hombre.
El principio es la República, el hombre, es usted.
“Por lo demás, la suerte de todos los atentados monárquicos es terminar
abortando. Toda usurpación empieza por Puebla y termina por Querétaro. En
1863, Europa se abalanzó contra América. Dos monarquías atacaron su
democracia; una con un príncipe, otra con un ejército; el ejército llevó al príncipe.
Entonces el mundo vio este espectáculo: por un lado, un ejército, el más aguerrido
de Europa, teniendo como apoyo una flota tan poderosa en el mar como lo es él
en tierra, teniendo como recursos todo el dinero de Francia, con un reclutamiento
siempre renovado, un ejército bien dirigido, victorioso en África, en Crimea, en
Italia, en China, valientemente fanático de su bandera, dueño de una gran
cantidad de caballos, artillería y municiones formidables. Del otro lado, Juárez.
“Por un lado, dos imperios; por otro, un hombre. Un hombre con otro
puñado de hombres. Un hombre perseguido de ciudad en ciudad, de pueblo en
pueblo, de bosque en bosque, en la mira de los infames fusiles de los consejos de
guerra, acosado, errante, refundido en las cavernas como una bestia salvaje,
aislado en el desierto, por cuya cabeza se paga una recompensa. Teniendo por
generales algunos desesperados, por soldados algunos harapientos. Sin dinero,
sin pan, sin pólvora, sin cañones. Los arbustos por ciudadelas. Aquí la usurpación,
llamada legitimidad, allá el derecho, llamado bandido. La usurpación, casco bien
puesto y espada en mano, aplaudida por los obispos, empujando ante sí y
arrastrando detrás de sí todas las legiones de la fuerza. El derecho, solo y
desnudo. Usted, el derecho, aceptó el combate. La batalla de uno contra todos
duró cinco años. A falta de hombres, usted usó como proyectiles las cosas. El
clima, terrible, vino en su ayuda; tuvo usted por ayudante al sol. Tuvo por
defensores los lagos infranqueables, los torrentes llenos de caimanes, los
pantanos, llenos de fiebre, las malezas mórbidas, el vómito prieto de las tierras
calientes, las soledades de sal, las vastas arenas sin agua y sin hierba donde los
caballos mueren de sed y de hambre, la gran planicie severa de Anáhuac que se
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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cuida con su desnudez, como Castilla, las planicies con abismos, siempre
trémulas por el temblor de los volcanes, desde el de Colima hasta el Nevado de
Toluca; usted pidió ayuda a sus barreras naturales, la aspereza de las cordilleras,
los altos diques basálticos, las colosales rocas de pórfido. Usted llevó a cabo una
guerra de gigantes, combatiendo a golpes de montaña.
“Y un día, después de cinco años de humo, de polvo, y de ceguera, la nube
se disipó y vimos a los dos imperios caer, no más monarquía, no más ejército,
nada sino la enormidad de la usurpación en ruinas, y sobre estos escombros, un
hombre de pie, Juárez, y, al lado de este hombre, la libertad.
“Usted hizo tal cosa, Juárez, y es grande. Lo que le queda por hacer es más
grande aún. Escuche, ciudadano presidente de la República Mexicana. Acaba
usted de vencer a las monarquías con la democracia. Usted les mostró el poder de
ésta; muéstreles ahora su belleza. Después del rayo, muestre la aurora. Al
cesarismo que masacra, muéstrele la República que deja vivir. A las monarquías
que usurpan y exterminan, muéstreles el pueblo que reina y se modera. A los
bárbaros, muéstreles la civilización. A los déspotas, los principios.
“Dé a los reyes, frente al pueblo, la humillación del deslumbramiento.
Acábelos mediante la piedad. Los principios se afirman, sobre todo, brindando
protección a nuestro enemigo. La grandeza de los principios está en ignorar. Los
hombres no tienen nombre ante los principios, los hombres son el Hombre. Los
principios no conocen sino a sí mismos. En su estupidez augusta no saben sino
esto: la vida humana es inviolable.
“¡Oh, venerable imparcialidad de la verdad! El derecho sin discernimiento,
ocupado solamente en ser derecho. ¡Qué belleza! Es importante que sea frente a
aquellos que legalmente habrían merecido la muerte, cuando abjuremos de esta
vía de hecho. La más bella caída del cadalso se hace delante del culpable.
“¡Que el violador de principios sea salvaguardado por un principio! ¡Que
tenga esa felicidad y esa vergüenza! Que el violador del derecho sea cobijado por
el derecho. Despojándolo de su falsa inviolabilidad, la inviolabilidad real, pondrá
usted al desnudo la verdadera, la inviolabilidad humana. Que quede estupefacto al
ver que del lado por el cual él es sagrado, es el mismo por el cual no es
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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emperador. Que este príncipe, que no se sabía hombre, aprenda que hay en él
una miseria, el príncipe, y una majestad, el hombre. Nunca se presentó una
oportunidad tan magnífica como ésta. ¿Se atreverán a matar a Berezowski en
presencia de Maximiliano sano y salvo? Uno quiso matar a un rey, el otro, a una
nación. Juárez, haga dar a la civilización ese paso inmenso. Juárez, abolid sobre
toda la tierra la pena de muerte. Que el mundo vea esta cosa prodigiosa: la
república tiene en su poder a su asesino, un emperador; en el momento de
arrollarlo, se da cuenta de que es un hombre, lo suelta y le dice: Eres del pueblo
como los demás. Vete.
“Ésa será, Juárez, su segunda victoria. La primera, vencer a la usurpación,
es soberbia; la segunda, perdonar al usurpador, será sublime. Sí, a esos reyes
cuyas prisiones están repletas, cuyos cadalsos están oxidados de asesinatos, a
esos reyes de caza, de exilios, de presidios y de Siberia, a los que tienen a
Polonia, a Irlanda, a La Habana, a Creta, a esos príncipes obedecidos por los
jueces, a esos jueces obedecidos por los verdugos, a esos verdugos obedecidos
por la muerte, a esos emperadores que tan fácilmente mandan cortar una cabeza,
¡muéstreles cómo se salva la cabeza de un emperador!
“Por encima de todos los códigos monárquicos de los que caen gotas de
sangre, abra la ley de la luz, y, en medio de la página más santa del libro supremo,
que se vea el dedo de la República posado sobre esta orden de Dios: No matarás.
Estas dos palabras contienen el deber. Usted cumplirá ese deber.
“El usurpador será perdonado y el liberador no ha podido serlo,
lástima. Hace dos años, el 2 de diciembre de 1859, tomé la palabra en nombre de
la democracia, y pedí a Estados Unidos la vida de John Brown. No la obtuve. Hoy
pido a México la vida de Maximiliano. ¿La obtendré? Sí. Y si tal vez en estos
momentos ya ha sido cumplida mi petición, Maximiliano le deberá la vida a Juárez.
¿Y el castigo?, preguntarán. El castigo, helo aquí: Maximiliano vivirá “por la gracia
de la República”.
25 de agosto de 2024