El escritor es un artista, un creador que persigue un fin superior. Cuando el
escritor se pone al servicio de “causas políticas” o decide convertirse en un
“luchador social” corre el riesgo de que sus creaciones dejen de ser literatura.
Por eso se nos caen de las manos tantas páginas del “realismo socialista” o
del “realismo de derechas” y apenas podemos contener la risa al abrir el volumen
de un autor al servicio del amado líder Kim Il-Sung o cuando escuchamos en
versos musicalizados las hazañas de un político contemporáneo.
Pero si el creador es fiel a sí mismo y a su oficio, su obra puede tener
consecuencias en el mundo de la política.
La creación artística sobrevive a la política. En lo inmediato, el puño del
funcionario cae con estrépito sobre el escritorio y en ese mismo instante
Caballería roja es purgada de las editoriales e Isaac Bábel enviado al paredón, La
sombra del caudillo se queda en España lo mismo que Martín Luis Guzmán,
Ulises se confisca en las aduanas y Joyce no obtiene una visa, Cariátide es
satanizada y Salazar Mallén va a los tribunales, No me voy a casar es clausurada
a punta de fusil y Ngugi wa Thiong’o encuentra alojamiento en la cárcel: un largo
etcétera para el que no tendría espacio.
Pero al paso del tiempo, Bábel, Guzmán, Joyce, Mallén, Thiong’o y todos
los habitantes de mi etcétera, vuelven a nosotros más vivos que cuando
caminaron sobre la tierra, mientras que el nombre de sus verdugos corre el peor
de los destinos, el del desprecio y el olvido.
Sucede también que un escritor incómodo gana reconocimiento
internacional y entonces los burócratas de su país despiertan, lo reclaman como
ejemplo para el mundo y como el “autor favorito” del líder.
Una muestra la tuvimos cuando Orhan Pamuk recibió el Nobel de Literatura
en 2006. Apenas conocida la noticia, en Estambul los trajes ceremoniales fueron
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
2
cepillados, los bigotillos recortados y las botas lustradas para dar la mejor imagen
a la prensa internacional (la nacional andaba de juerga con la leal oposición).
Pamuk fue elevado a epítome de la grandeza, valores y fuerza espiritual
turcos que profetizara Kemal Ataturk. En el olvido quedaron el denuesto, el acoso,
la agresión contra el escritor que antes había sido llevado a los tribunales acusado
de “insultos a la turquedad” (sic) por sugerir que el país debía enfrentarse a su
historia y aceptar su responsabilidad en la masacre de un millón de armenios y
treinta mil kurdos durante la primera guerra mundial.
He aquí pues un resultado práctico de la literatura: exponer ante la opinión
pública mundial a un gobierno represor en cuyo código penal no sólo hay artículos
que evocan al mexicanísimo delito de “disolución social” -que hoy algunos
nostálgicos quisieran revivir- sino que castiga crímenes como éste: “pensamientos
no consistentes con los valores históricos turcos”.
Como nota cultural al calce, en Estados Unidos un Ave Fénix trumpiana y
muskiana revive hoy triunfante de las cenizas de quienes creen en la democracia,
los derechos civiles y el equilibrio de poderes. No hay diferencia entre un gobierno
gringo que pide a sus burócratas denunciar a quienes no piensan como El Líder y
las políticas de vigilancia de ideas de la Stasi, la KGB o la Gestapo.
De regreso al caso turco, como el gobierno se había postulado para
ingresar a la Unión Europea y el voto correspondiente estaba sobre la mesa en
Bruselas, el Nobel a uno de sus ciudadanos provocó que desde el presidente para
abajo los burócratas anduvieran nerviosos y prestos a garantizar que el régimen
en realidad tenía una absoluta identificación con los valores de la libertad de
pensamiento y expresión, lo que quizá divirtió a Pamuk, quien en 1998 declinó el
capelo de “Artista de Estado” que las autoridades de su país quisieron endilgarle.
En mayo de 1997 dijo a una entrevistadora, después de razonar que
involucrarse en la brutal política cotidiana mata lentamente el espíritu creador:
“Turquía es una nación salvaje. No hay lugar para otras comunidades
religiosas, étnicas o lingüísticas. Si Jesucristo fuese un policía turco sería
sobornado en diez meses. A diario se dan a conocer escándalos vergonzosos,
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
3
pero nada cambia. Quiero vivir en una sociedad en donde a las personas no se les
arreste por sus pensamientos”. ¿No tiene esto un dejo de déjà vu?
¿Quiere esto decir que los escritores que salen en defensa de los derechos
humanos, los que se manifiestan en contra de las dictaduras y el despotismo,
contra la corrupción, los que defienden las causas sociales son buenos escritores
y que a contrapelo, los escritores de Estado, los intelectuales orgánicos -como
diría el llorado Gramsci- son unos palurdos que no hacen literatura, sino libelos?
De ninguna manera.
Sartre decía que el marxismo nos enseña por qué Paul Valéry es un escritor
pequeñoburgués … pero no nos enseña por qué no todos los escritores
pequeñoburgueses son Valéry. Que para algunos sean poco respetables o poco
dignos los escritores que se ponen al servicio de un régimen no les resta
necesariamente valor literario.
A Borges lo acusaron de avalar al pinochetismo. Querían que fuera un
revolucionario pasados los 80 años. ¿Eso le restó calidad a su producción? ¿Le
quitó su sitio en la literatura latinoamericana y universal? No creo. Guillermo
Cabrera Infante declaró en muchos tonos su desacuerdo con Castro cuando los
marxistas apostaban por la probidad y el liderazgo histórico del Comandante, lo
cual no disminuyó un céntimo la creatividad del autor de Tres tristes tigres.
Están también Ernesto Cardenal y Nicolás Guillén, quienes encajarían en la
categoría de escritores de Estado. Recordemos el poema de Guillén que haciendo
loa del naciente régimen castrista decía:
“Cuando me veo y toco / yo, Juan sin Nada nomás ayer / y hoy Juan con
Todo / y hoy con todo / vuelvo los ojos, miro / me veo y toco / y me pregunto cómo
ha podido ser [….] Tengo, vamos a ver / tengo lo que tenía que tener”.
El poema completo es una belleza. Guillén primero era poeta y luego
publicista de Fidel Castro, y no luego, sino quizá por último.
En fin, cuando un escritor se pone al servicio de “causas políticas” o decide
convertirse en un “luchador social”, sigue escribiendo, pero sus libros sólo serán
literatura si no pierde la calidad de buen escritor. Ayudará más o menos a su
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
4
causa si escribe bien o mal. Mi conclusión es que la enseñanza del marxismo de
que no existe neutralidad es vigente. Todos adoptan una posición política, pero
eso no los define como escritores. Simplemente hay buenos y malos escritores,
cuya elección política toma rumbos inciertos.
Recuerdo ahora una reflexión de mi amigo uruguayo-irlandés perdido en las
nieves suizas:
“Dijo Archibald MacLeish que para los poetas, ‘American as well as English
… the time is near’. Pero unas cuantas decenas de poetas dieron la vida en
América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas de políticos que
en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pareciera que en
nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es una ensalada
maravillosa de luces y sombras que presentan un poeta más humano que el
purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una posibilidad de
generaciones futuras, para gente como César Vallejo fue un rito de pasaje tan
natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla de periodistas, poetas y
políticos todavía aterra y fascina en algunos antros académicos euro-yankis”.
En 1939 en The Atlantic Monthly, Archibald MacLeish publicó “Poetry and
the Public World”, en donde habla de cómo la poesía y la revolución política
encuentran terreno común en un mundo cambiante.
La primera lectura es una colisión con el MacLeish de Ars Poetica de 1929
en donde le da a la poesía un lugar muy lejos de todo lo que no es (y la política
está lejos del ser):
“Un poema no debiera significar / Sino ser”.
¿Sería que en 1939 con una gran depresión, un “New Deal” y una segunda
guerra de por medio, el poeta cambió y quizá trastocó su relación con el mundo?
Dice MacLeish: “Hay una muy buena razón por la que la relación de la
poesía con la revolución política debiera interesar a nuestra generación. La poesía
[…] representa la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política
representa la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único
debe, pero no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un conflicto
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
5
que nuestra generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre,
y la vida impersonal de muchos hombres”.
Quizá las literaturas anglo y europea consideran que quien escribe sólo
debe hacer eso, escribir. Nada de periodismo, política o activismo. MacLeish deja
bien claro desde qué perspectiva escribe. Acá los escritores, allá el resto del
mundo. En América Latina la literatura es ancilar a la cotidianeidad de nuestras
vidas. No se concibe el escritor puro, a la Borges. Pero hay otra clave, que es la
diferencia fundamental entre la poesía (y la literatura) del mundo anglo-euro con la
del mundo latinoamericano.
De regreso al ensayo de MacLeish, desde su perspectiva el meollo del
asunto no es si la poesía “debiera” tener que ver o no con la revolución política:
“El asunto de fondo es si la poesía es de tal naturaleza, y la revolución
política es de tal naturaleza, que la poesía pueda tener que ver con la revolución
política, ya que se puede proponer que la poesía debiera hacer tal cosa o no
debiera hacer aquella […]: la poesía no tiene más leyes que las leyes de su propia
naturaleza”.
La verdadera maravilla no es aquella que los diletantes literarios dicen
sentir: la de que la poesía deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco
le concierne. La verdadera maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un
mundo público que le concierne tanto.
23 de marzo de 2025
[email protected]