Hoy tengo el gusto de compartir con los lectores y en particular con los
editores que me hacen el honor de publicar Juego de ojos, fragmentos de un texto
espléndido de mi querido amigo Pepe Prats Sariol.
Él, como es sabido, fue parido en los trópicos caribeños y nutrido en la
bravía savia agavera de los llanos mexicanos y hoy habita alguna tundra sajona
hasta donde le hago llegar mi abrazo agradecido.
De la siguiente línea hasta donde dice “… libertad y libertinaje”, el texto es
de Pepe. El colofón, de mi autoría. Vale.
Me encanta una [errata] aparecida en el siglo XIX, en El Nuevo Regañón.
La afirmación debía decir: “Un oído delicado es imprescindible a todo buen poeta”.
Y apareció: “Un odio delicado es imprescindible a todo buen poeta”. Cuando José
Lezama Lima me la mostró en la antigua Sociedad Económica de Amigos del
País, se limitó a comentar —alma risueña— que el ángel de la jiribilla y no la
desidia de un tipógrafo, había colocado la frase en su sitio exacto.
Pero no todas las célebres erratas cubanas tienen una ligera carga de
perfidia. Hay boleros de más ponzoña. Un testigo de ritmo sistáltico me contó que
cuando Manuel Altolaguirre editó en su transterrada La Verónica un cuaderno de
Emilio Ballagas, había un verso que decía: “Siento un fuego atroz que me devora”.
La picardía andaluza lo volteó a “Siento un fuego atrás que me devora”. Y el
escándalo, en la pudibunda sociedad habanera de la época, obligó al grave poeta
—profundo lector de Luis Cernuda— a echar en la bahía los ejemplares que logró
salvar de las librerías viperinas, embriagadas con la alusión.
Una de aparente equívoco implicó a una pianista cuyo nombre prefiero no
aterrizar aquí. Apenas hubiese trascendido, pues sólo era una be por ge, pero
obtuvo aquiescencias entre los hombres que lo apreciábamos: “Su buen busto
armó un programa delicioso”. Y despertó curiosas solturas de la imaginación entre
los que nunca habían tenido la oportunidad de conocer el programa, cuyas delicias
al teclado parecían a veces mozartianas, a veces un tropical homenaje a Il
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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piacere de Antonio Vivaldi. Años después descubrimos que el autor había sido un
antiguo adicto, feroz musicólogo que mitigaba sus nostalgias en un dodecafónico
busto sin gusto.
[…] Oí o leí que eran tantas las erratas que cometían en una imprenta
nicaragüense, que un poeta incluyó en el machón la siguiente solicitud: “Erratas a
juicio del lector”. Aunque el record parece en poder nada menos que de la Suma
teológica, pues su fe de erratas ─en la edición del dominico F. García en 1578─
logró ocupar ciento once páginas, algo que nos deja anonadados, palabra que
alude filológicamente a un ano ahogándose.
¿Alguna vez padeció Maqroll el Gaviero ─que el gran Álvaro Mutis hizo
célebre─ que le anotaran un huracán caribeño en su libro de Pitágoras? ¿Será
absolutamente cierto que a una errata debemos el Fondo de Cultura Económica,
pues debió llamarse Fondo de Cultura Ecuménica? ¿A cuál ensayista mexicano
pertenece la del “joven crudito” por erudito? ¿No dice el antiguo diccionario
Espasa ─como refiere Pío Baroja─ La feria de los desiertos cuando la obra se
llama La feria de los discretos? ¿Quién sustituyó “la orgullosa tinta” que alababa a
un político venezolano por “la orgullosa tonta”? ¿Cuál actriz de Almodóvar se
levantó una mañana barcelonesa no con el ceño, sino con el coño fruncido?
Mark Twain advertía del peligro en un libro de medicina, pues “podemos
morir por culpa de una errata”. Pero ningún genuino humorista ─y el novelista de
Missouri era uno de ellos─, puede odiar deslices verbales y yerros impresos.
Alguien consciente de que lo fatal es tomarse demasiado en serio, hasta ríe
cuando la encuentra en uno de sus escritos. No parece casual que hombres de
temple trágico como Proudhon se ganaran el pan como correctores modélicos…
Tampoco que las nuevas técnicas de impresión computarizada hayan estropeado
la tradición que unía al autor con el editor y el corrector.
[…] Entre las más famosas diatribas contra las chifladas que liban y pierden
el rumbo, está la del esperpéntico madrileño Ramón Gómez de la Serna. Su
artículo “Fe de erratas”, como se esperaba siempre de él, fue una hiperbólica
resignación. Y mantiene “metáforas con humor”, greguerías. Dice: “La errata es un
microbio de origen desconocido y de picadura irreparable. […] “Así sucede que
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después de que hemos corregido segundas, terceras y cuartas ‘pruebas’; después
que nos hemos cansado de poner ¡¡OJO!! ¡¡OJO!! Al margen de las correcciones
difíciles; después de que hemos leído el primer pliego salido de la máquina y hasta
la hemos mandado parar para que corrigieran las últimas erratas, sin embargo, a
la postre, hay erratas aún. […] he deducido que la errata es un microbio
independiente a la higiene del escritor y del cajista. La errata que tiene vida y
sagacidad propia se disimula detrás de una supuesta corrección y no saca sus
tentáculos sino después de implantada la forma en la máquina, o si aún ahí se la
persigue, espera a que vayan tirados los cien primeros ejemplares correctos para
brotar después”.
Después sugiere que desaparezcan las fe de erratas, “con permiso de la
Academia”, pues “demuestran un espíritu timorato y en medio de todo,
sobrecogido de miedo a los otros”. Finaliza proclamando nuestra indefensión: “La
errata es inextricable. Matamos la plaga, pero quedan las nuevas: la errata está
adherida al fondo de las cajas…, y en vano el fuelle de las imprentas sopla los días
de limpieza en los cajetines de la caja para aventar el polvo y las erratas. […] La
errata es inextirpable, quizás más que nada, porque representa la mala intención
de que está llena la naturaleza y la envidia insana que la posee. El temor a la
errata es la única inmoralidad que puede cometer un escritor que escriba con
libertad y libertinaje”.
¡Gracias, Pepe!
No puedo dejar de mencionar, sea o no leyenda urbana, el caso de aquel
tomo revisado fatigosamente por los más grandes correctores de la comarca y
rematado con un orgulloso colofón que a los lectores proclamaba: “Este libro no
contiene eratas”.
En el Olimpo literario, los dioses se carcajean.
22 de enero de 2023
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