Juan Hernández volvió a tomar la palabra. Esta vez no desde el filo de una guitarra ni entre luces de escenario, sino desde las entrañas de un libro que más que narrar, arde. Presentó su libro ante rostros conocidos, colegas de oficio y reporteros sedientos de historias reales, y se llevó a cabo la rueda de prensa para presentar La vida inútil de Juan Hernández, una autobiografía que, como su autor, se niega a pedir permiso y golpea el alma con cada página.
Acompañado por su inseparable familia y una calma que sólo dan los años vividos a plenitud, Juan tomó el micrófono en un espacio abarrotado por medios de prensa y viejos cómplices del rock. “No escribí este libro para que me aplaudan”, dijo, con la voz rasgada por décadas de canto. “Lo escribí para que mis muertos no se olviden, para que los que están vivos sepan que valió la pena todo esto que llaman vida”.
Y es que La vida inútil de Juan Hernández no es una cronología de conciertos o una colección de nostalgias. Es, más bien, una confesión con olor a sudor de escenario, a calle sin pavimentar, a emprender una y otra vez con la fortaleza de quien no conoce la palabra rendirse y a blues y rock en las venas. Es un grito pausado que nace desde el punk más visceral de Síndrome, se retuerce con la furia de Three Souls in My Mind y termina por encontrar redención en la cadencia melancólica de Juan Hernández y su Banda de Blues, esa formación con la que ha recorrido los últimos años con la serenidad de quien ya ha peleado todas sus batallas.
Durante la conferencia, varios periodistas no pudieron evitar compartir sus propias memorias de aquel Juan que, guitarra en mano, se plantaba frente al sistema con la mirada erguida y el acorde listo. “Yo vi a Juan tocar en el Chopo en el 88, y fue como un relámpago. Hoy, leerlo es como volver a sentir ese trueno en el pecho”, confesó un reportero. Otro, más joven, lo abordó con respeto casi místico: “Maestro, su historia es la historia de muchos que aún no saben que están hechos de rock”.
Juan sonrió, humilde, y respondió: “Este libro es para los que no salieron en la foto, para los que cargaban los cables, para los que pusieron el cuerpo en cada tocada sin saber si habría pago. Es para mis hermanos del barrio, que siguen tocando aunque no haya escenario. Porque la música nunca ha sido un negocio para nosotros: ha sido una forma de existir”.
No hubo espacio para las máscaras. La rueda de prensa fue un ritual de memoria, de afecto, de reconocimiento. Un acto casi sagrado donde el rockero, el punk, el bluesero, el cronista, se fundieron en un solo hombre que, con voz serena, nos entregó su vida impresa como si fuera un disco inédito. Uno que aún huele a calle, a juventud en llamas, a dignidad de clase obrera, a sueños que no mueren aunque duelan.
“La vida inútil”, dijo, “es un título que busca sacudir. Porque nadie que haya amado, luchado, tocado con el alma, ha vivido en vano. Y yo lo hice todo, hasta cuando no tenía nada. Por eso este libro es también un acto de justicia para mí mismo”.
Y tenía razón. El recinto, los aplausos, las miradas contenidas, las preguntas emocionadas, daban cuenta de que Juan Hernández es más que un músico: es un símbolo viviente de ese México que resiste a través de la cultura, que encuentra en el arte una trinchera, una patria, una salvación.
Afuera, el ruido del tráfico seguía su curso. Pero adentro, por unos momentos, el tiempo se detuvo para honrar a un hombre que no pidió permiso para escribir su historia, que no maquilló los tropiezos ni disimuló los dolores, que se ha narrado con la misma brutalidad honesta con la que ha vivido. La vida inútil de Juan Hernández es todo menos inútil. Es una declaración de principios. Una memoria que canta. Una guitarra convertida en palabra. Una voz que perdurará en lo eterno gracias a esta obra fundamental en el rock mexicano.
Y en cada página, como en cada nota de sus canciones, late la certeza de que el rock mexicano tiene aún voz, espíritu y raíz. Y que esa raíz, profunda y luminosa, lleva el nombre de Juan Hernández, una vida que es todo, pero que está lejos de ser inútil.