Aunque la fuerza política del presidente emérito Andrés Manuel López Obrador sigue siendo muy sólida en la gestión del poder después de terminado su periodo constitucional y sus bases sociales siguen inamovibles por la gestión de políticas de subsidios sociales, la capacidad de ese liderazgo se ha visto severamente limitada por sucesos que nada tienen que ver con la política pero que han sido mal gestionados por estrategias fallidas de comunicación social.
López Obrador fue muy insistente en fijar en el inconsciente colectivo el modelo de austeridad personal, pero en las últimas semanas las redes sociales han sido el peor adversario del Palacio de Invierno de Palenque por las imágenes –espontáneas o parte de una estrategia de espionaje político que puede tener muchas paternidades– con la exhibición de vacaciones millonarias en el mundo de figuras de alto nivel lopezobradorista, sobre todo su hijo Andrés Manuel López Beltrán.
Pero a ellos se ha agregado otro aspecto más importante: la falta de cohesión transexenal del grupo lopezobradorista que construyó un verdadero equipo en el sexenio actual con la intención muy clara de que el objetivo siguiente es la candidatura presidencial del 2030 y un tercer sexenio para la 4T.
López Obrador dejó atado al equipo lopezobradorista. Pero la experiencia del funcionamiento del sistema político priista que sigue vigente ha mostrado que la circulación de las élites en la dinámica política mexicana aguanta cuando mucho un sexenio y medio, inclusive por muy fuerte que sea el control político del expresidente en funciones: Elías Calles fue exiliado por Cárdenas, Ruiz Cortines anuló al alemanismo, Echeverría no pudo controlar a López Portillo, Salinas de Gortari congeló a De la Madrid y Zedillo persiguió a Salinas de Gortari.
López Obrador gestionó su sucesión sin dejar ningún hueco ni espacio libres: prefiguró a precandidatos, autorizó candidaturas, controló la competencia e impuso desde el principio la figura de Claudia Sheinbaum Pardo como su sucesora. Y replicó el modelo de Echeverría de 1975, colocando en altas posiciones de poder a los precandidatos perdedores y con ello dejó atados –aunque no muy bien atados– los hilos del poder transexenal.
El poder lopezobradorista a partir de las elecciones del 2024 exigía una verdadera cohesión de élites y figuras dominantes alrededor de la presidencia de Sheinbaum Pardo, pero los últimos meses esas figuras que controlan Los hilos del poder real han entrado en problemas internos y no han aceptado el liderazgo actual de Palacio Nacional. Aunque no se trató de una decisión malintencionada, la imagen de la presidenta en marzo pasado llegando al mitin al Zócalo de la ciudad fue captada con toda la élite lopezobradorista dándole ostentosamente la espalda.
Con poca capacidad de gestión del poder en lo que tiene que ver con el lopezobradorismo, la presidenta Sheinbaum parece moverse en los espacios autónomos de la dinámica del funcionamiento de las élites y ahí se han visto las figuras de Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal Avila desgastándose por sí mismas, y la de Marcelo Ebrard Casaubón sin participar en la estrategia central de Palacio Nacional.
Lo que vino a desajustar el escenario fue el comportamiento personal con severos efectos políticos de Andrés Manuel López Beltrán, el hijo de López Obrador que fue asignado a la construcción y gestión de Morena con miras a las elecciones legislativas y de gobernadores del 2026 y a la presidencial del 2030, pero dejando entrever su delfinato.
El problema no estuvo en las asignaciones de poder, sino los comportamientos personales del heredero: el atrincheramiento después de la severa derrota en las locales de Coahuila, su ausencia por vacaciones en uno de los congresos más importantes de Morena porque estaría construyendo la estructura organizacional que le correspondía a López Beltrán y las fotografías espontáneas o producto el espionaje político en vacaciones en Tokio y en tiendas de productos de marca de altísimo precio internacional. Y ante ello, López Beltrán careció de una respuesta política y comunicacional directa y generó un vacío que ha sido llenado por la dinámica antilopezobradorista en las redes sociales.
Los problemas de Adán Augusto, la auto derrota política de Monreal, la pasividad de Ebrard y el desdén de López Beltrán le han reducido margen de maniobra a un López Obrador que no ha querido dar ningún manotazo público para no violar su compromiso deslindamiento de la política práctica directa.
La imagen final es de un lopezobradorismo repliegue, pero justo en momentos delicados de persecución en la Casa Blanca contra la narcopolítica mexicana que tuvo su auge en el sexenio precisamente de López Obrador.
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Política para dummies: La política que decide está que no se ve.
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