Ante una coyuntura geoestratégica a la que nadie en Estados Unidos y en México le puso la atención, la firma del tratado comercial entre la Unión Europea y el Mercosur el pasado fin de semana se apareció en momentos en que la 4-T sigue sin entender el T-MEC y Donald Trump estaría reviviendo su intención de 2017 de desaparecer el acuerdo comercial norteamericano.
El tratado UE-Mercosur abarca una población aproximada de más de 700 millones personas, en tanto que el T-MEC se quedó estacionado en casi 500 millones. La Unión Europea supo a encontrar en América del Sur un mercado potencial para sus productos, en tanto que México ha firmado acuerdos aislados con algunos países al sur del Río Suchiate, pero más como estrategia política tibia que como aprovechamiento de mercados.
La versión de que Trump iba a desaparecer el tratado en 2017 fue circulada por el periodista Bob Woodward, del Washington Post, porque en su primera presidencia tenía la idea de que el tratado de Norteamérica había fragmentado la planta productiva estadounidense en busca de costos productivos menores.
La propuesta de la presidenta Sheinbaum Pardo del pomposo Plan México no representa ningún replanteamiento de la política industrial en modo del modelo de desarrollo, sino que se agota solo en los espacios inmobiliarios de reubicación física de algunas empresas para acercarlas a las plantas productivas, lo que se conoce como nearshoring.
Sin embargo, el problema de México con el T-MEC radica en el hecho de que toda la política de comercio exterior y sus efectos productivos internos del ciclo De la Madrid-Peña Nieto –es decir: el GATT, el TCL y el T-MEC– se redujo a una simple estrategia arancelaria: disminuir los impuestos a la importación hacía México para inundar el mercado con productos extranjeros más baratos, lo que redujo una estrategia de reorganización general a solo una mera política antiinflacionaria, aunque en el camino la apertura comercial vía menos aranceles provocó la quiebra de buena parte de la planta productiva mexicana y metió al país en un proceso hasta ahora irreversible desindustrialización, a partir del criterio de Jaime Serra Puche de que si las empresas han de quebrar por falta de competitividad productiva con empresas extranjeras, “pues que quiebren de una vez”.
Los 30 años del tratado comercial México-EU-Canadá multiplicaron por diez, en efecto, las exportaciones sobre todo a Estados Unidos, pero con mayor intensidad de productos primarios y paulatinamente la parte industrial e intermedia que fue vendida como el milagro industrial esperado fue quedando en manos de pequeñas empresas extranjeras. La participación de productos mexicanos en la exportación del tratado bajó de alrededor de 44% aproximadamente 32%.
El presidente Carlos Salinas de Gortari enfrentó la opción de utilizar el Tratado como el gran factor potenciador de la modernización de la planta industrial, de tal manera que en México elevará la capacidad interna de producción de artículos para la exportación, pero prevaleció la opinión de Serra puche y de Pedro Aspe armella para dejar el Tratado solo como un acuerdo de disminución arancelaria.
El otro pasivo que el Tratado no ha resuelto y que pesa como lastre en todos los discursos presidenciales desde De la Madrid hasta Sheinbaum Pardo es que las cifras de Comercio Exterior no han podido ocultar el fracaso del tratado en la planta industrial y sobre todo en el empleo, con las cifras del INEGI que mes a mes recuerdan que solo el 45% de la planta laboral trabaja en el sector formal de la economía –salarios y prestaciones garantizadas–, pero que el 55% de los trabajadores se mueve en el sector informal que el tratado arrastra en todas sus presentaciones.
El Plan México que se presentó la semana pasada carece de seriedad económica, incluye empresas firmantes que poco tienen que ver con el nearshoring, el gobierno federal apenas promete por enésima ocasión algunos pocos contratos de bajo nivel y sigue arrastrando el pasivo de la falta de un modelo de desarrollo industrial en la ausencia de un Estado promotor de nuevas empresas, con la circunstancia agravante de que el nearshoring se agota solo en pequeñas zonas industriales, pero nada ofrece en tres de los temas fundamentales de este modelo de acercamiento empresarial a las zonas productivas: plantas industriales nacionales profesionales y especializadas, cuadros educativos para la producción y tecnología nacional que ha brillado por su ausencia.
Y falta saber si Trump volverá a las andadas y de nueva cuenta estaría pensando en liquidar el T-MEC.
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Política para dummies: la política es un precio relativo de la producción.
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