Como no se trata de una competencia formal sino de definir la estructura y los arquitectos del primero y el segundo piso de la 4-T, la victoria pírrica del presidente emérito López Obrador para quedarse con una desprestigiada e inútil Comisión Nacional de los Derechos Humanos debe tener una lectura estratégica con el mensaje de fondo y más integral de la gran victoria de la presidenta constitucional Claudia Sheinbaum Pardo para cambiar sin decirlo la estrategia de seguridad nacional y centralizarla en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana que dirige Omar García Harfuch.
Como la estrategia de seguridad del Gobierno anterior no necesito para nada de la CNDH, la reelección de Rosario Piedra Ibarra le puso al organismo un lastre al cuello que la hundió en la inutilidad burocrática y de nada le servirá al presidente emérito haber ganado esa posición, porque por encima se encuentra la reforma al 21 constitucional que movió el eje dinamizador de la política de seguridad al territorio directo de la presidenta constitucional.
La victoria del presidente emérito al imponer de manera tan ostentosa la reelección de piedra Ibarra encontró ya en los espacios normalmente críticos del lopezobradorismo los elementos para comenzar a señalar que López Obrador no está cumpliendo su palabra de permanecer al margen y que fue demasiado evidente su intervencionismo en el Senado para reelegir a la presidenta saliente de la CNDH.
El simbolismo de los apellidos de las reelecta presidenta de la CNDH tenían valor en tanto que reconocía la histórica lucha de doña Rosario Ibarra de Piedra en contra del aparato autoritario, represor y de guerra sucia del régimen priista hasta el 2000, pero a partir de ahí la Comisión tenían la función de vigilar excesos –que no abusos– en la participación de las Fuerzas Armadas en labores de apoyo a la seguridad pública en función de una crisis de seguridad de interior por la caracterización de los cárteles del crimen organizado como instrumentos que le disputaban poder y espacio territorial a la soberanía del Estado.
De ahí la percepción que se tenía de que la disputa por la presidencia de la CNDH estaba enfrentando al presidente emérito y a la presidenta constitucional en el territorio de la crítica mediática, un espacio que abandonó y desdeñó de manera ostentosa López Obrador y que de alguna manera paulatina y estratégica Sheinbaum Pardo estaría tratando de definir su propia estrategia de comunicación política y de Estado, al margen inclusive de los estrechos espacios que dejó el modelo autoritario y personalista del modelo lopezobradorista.
En un espacio analítico más amplio, lo ocurrido en la definición de la Estrategia Nacional de Seguridad Pública del nuevo gobierno tuvo en la designación de la presidenta de la CNDH para el periodo 2024-2029 solo un espacio mínimo porque la parte más importante que planteó el cambio transcendental en la política de seguridad ocurrió en la reorganización del aparato de seguridad que superó inclusive el último gran avance de López Obrador de lograr la adscripción de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional y que el mensaje muy claro de la nueva administración radicó en la definición civil de todo el aparato de seguridad pública-seguridad interior.
La reelecta presidenta de la CNDH fue incapaz de operar su propia sucesión y toda la parafernalia en la votación en el Senado y los intentos de los coordinadores morenistas para editar sorpresas en contra dentro de su bancada le dejaron a su próxima gestión la piedra del desprestigio y la incapacidad atada al cuello de la comisión, con la circunstancia agravante de que exhibió la sumisión de la Cámara alta del poder legislativo para imponer la designación de la propia Piedra Ibarra como la candidata peor calificada y en el último lugar de la lista de aspirantes.
Mientras López Obrador se quedó con el cascarón de una Comisión marcada por el desprestigio y de una funcionaria que no pudo ocultar la evaluación de su propia incapacidad como coordinadora de las labores de la comisión en los últimos cinco años, la presidenta Sheinbaum Pardo dejó muy claro el cambio en los enfoques estratégicos y operativos de su –ahora sí valga la redundancia– propia estrategia de seguridad pública, saliéndose de la herencia negativa del modelo de “abrazos, no balazos”.
En materia de el reacomodo de la estrategia de seguridad ganó Sheinbaum y perdió López Obrador.
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Política para dummies: la política es, siguiendo a Gramsci, una guerra de posiciones.
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