Lo opinión política en el viejo sistema priista estaba colocada en el sector de los sectores invisibles del régimen a través de un entendimiento modulado por el respeto al presidente de la República, al Ejército y a la Virgen de Guadalupe. El ciclo pospriista rompió los acuerdos no escritos y desde 1968 los medios de comunicación escritos pasaron al sector crítico.
En el período 1983-2000, los medios críticos se movieron con autonomía relativa y negociaciones coyunturales con el régimen. El Gobierno de López Obrador rompió por completo con la prensa crítica, pero la dejó sobrevivir y por tanto ese sector opinativo se ganó la facultad de criticar sin límites al ejercicio del poder institucional.
El 10 de noviembre de 1810 las Cortes de Cádiz aprobaron el decreto sobre la Libertad Política de la Imprenta, pero fue publicado en la Nueva España en 1812 mucho después porque el virrey impidió su difusión. Y una vez que se divulgó a través de la revista Juguetillo, el legendario periodista Carlos María de Bustamante titulo la edición que reproducía el decreto con una frase que quedó grabada en la historia del periodismo: “¿Con que podemos hablar?”
Ese decreto determinó que la “facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos e ideas políticas es no sólo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar a la Nación en general, y el único camino para llevar al conocimiento de la verdadera opinión pública”.
El régimen priista 1917-1976 jugueteó con la libertad de prensa, pero siempre imponiendo decisiones autoritarias: Echeverría abrió su sexenio invitando al ejercicio de la crítica, pero lo cerró con el portazo autoritario al apoyar una crisis interna en el periódico Excelsior para expulsar de la dirección a Julio Scherer García, aunque no pudo evitar que Scherer fundará Proceso con un sentido aún más crítico.
López Portillo estableció el principio sultánico de suponer que el presupuesto público le pertenecía a él en lo personal, y por eso se molestó en dos ocasiones con la revista Proceso y decidió cortarle la publicidad pública bajo el principio autoritario de que “yo no pago para que me peguen”, creyendo pues que el presupuesto era suyo. López Obrador sencillamente cortó la publicidad y solo la destinó a sus medios adictos.
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se encontró en medio del cruce de una sociedad autónoma que utiliza las redes primero para elogiar a López Obrador y luego para criticarlo –de benditas a malditas– y en la mañanera del lunes calificó a la crítica periodística cómo “carroñera” y de “buitres”.
En su tercer informe de gobierno y ante la severísima crítica por el incendio del pozo Ixtoc, López Portillo se lanzó de frente contra la prensa y la acusó tomando la Filosofía del Derecho de Hegel: la filosofía como crítica de cómo debe ser el mundo llega siempre demasiado tarde. “Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, si no solo de reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo”.
López Portillo dijo que sus críticos: “retratan en gris lo que ya pasó”. Y su reforma sobre el derecho a la información buscaba “subsanar los efectos de las noticias que con frecuencia oscila entre el gris y el amarillo y solo desinforman”.
Lo de buitres y carroñeros que la presidenta Sheinbaum endilgó a los críticos de la política de seguridad por el asesinato del alcalde michoacano Carlos Manzo tampoco es nuevo. En varios discursos memorables, el escritor Mario Vargas Llosa dijo que su literatura se basaba en airear a sus demonios Y apuntó que “la materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de carroña”. Además, señaló que la misión de la novela (el ejercicio social de la crítica desde la literatura) no es captar acólitos, sino escarbar en la condición humana, reflejando los claros y las sombras, lo racional y lo instintivo, lo noble y lo turbio”.
La misión de la prensa, pues, es criticar, en tanto que la de los militantes es elogiar. Y la única prueba de la democracia radica en la aceptación de la crítica al poder.
Debe quedar constancia que las benditas redes que le sirvieron a López Obrador para romper al cerco informativo en el que lo encerró el desdén de los críticos hoy son otro camino de liberación de la opinión pública y por ello queda hasta el oportunismo cada vez más vulgar de Ricardo Monreal Avila: con todo y su doctorado en derecho constitucional se suma al coro oficialista: “frente a estos agravios, el duelo del pueblo se vive en vilo… aunque nunca faltan las aves carroñeras que vuelan envilecidas y quieren hacer del dolor un festín de facinerosos políticos”.
La crítica es contrapeso del poder, aunque, como lo escribió Octavio Paz en Posdata, los críticos también pueden/deben ser criticados: “la crítica del otro comienza con la crítica de uno mismo”.
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Política para dummies: la política tiene que pasar la prueba de fuego de la crítica.
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