De poco sirvió la cincuentenaria ceremonia luctuosa de recuerdo del presidente Salvador Allende en Chile si nadie, ni el presidente mexicano ni el presidente izquierdista chileno, condenó la parte fundamental de del suceso: el patrocinio, financiamiento, apoyo militar y cobertura de la Casa Blanca –es decir: el gobierno de EU— a los militares golpistas del general Augusto Pinochet, la represión brutal a disidentes y el exilio forzado de millares de ciudadanos.
El golpe de Pinochet no nació solo, ni de la nada: cada año se revelan informaciones oficiales de la Casa Blanca en el sentido de que el Gobierno de EU tomó a Chile socialista como un asunto de Estado y hasta el Pentágono, que había entrenado a militares chilenos, fue clave en el golpe del 11 de septiembre de 1973.
Por instrucciones de la Casa Blanca, el aparato de poder imperial decidió el golpe militar y la represión en Chile como respuesta a la decisión constitucional de los chilenos de votar por un gobierno socialista-comunista, con una agenda de nacionalizaciones de los recursos naturales que había decidido Allende a partir de sus facultades constitucionales. Hasta el periódico El Mercurio, que recibió subsidios del Gobierno de EU, sigue vigente sin haber reconocido su papel clave en el golpe militar y en el periodo de represión brutal.
La decisión de apoyar dictaduras latinoamericanas ante el avance popular –Chile, Argentina, Perú, Uruguay, Bolivia— fue de Estado: del Gobierno estadunidense. El ciclo militarista le correspondió decidirlo e impulsarlo a Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional de Nixon de 1965 al 25 de septiembre de 1973 y luego como secretario de Estado hasta 1977. Las dos grandes decisiones de militarizar la represión contra el avance popular en Chile –la coalición Partido Socialista-Partido Comunista que le dio la victoria a Allende, con el aval del Partido Demócrata Cristiano— y en 1976 el apoyo de la Casa Blanca a la brutal dictadura de los militares argentinos para derrocar al Gobierno peronista de Isabelita Perón respondieron a la estrategia anticomunista de Kissinger, quien el pasado mayo cumplió 100 años, sigue lúcido y fue recibido con honores nada menos que el Gobierno comunista de China.
En el recordatorio oficial de 50 años del golpe contra Allende, del bombardeo al Palacio de La Moneda y del encarcelamiento de miles de disidentes en el Estado nacional por militares entrenados en contrainsurgencia por el Gobierno de EU a través de la Escuela de las Américas en la zona estadunidense del Canal de Panamá, nadie, pero nadie, se atrevió a lanzar alguna crítica a la responsabilidad de la Casa Blanca en la organización del golpe, el financiamiento a la derecha-ultraderecha chilena y la legitimización del gobierno militar.
Sin una condena a EU, a la Casa Blanca, al Pentágono, a Nixon, a Kissinger, a la CIA y a los diplomáticos estadunidenses en Chile –entre ellos, uno que fue embajador en México, Jeffrey Davidow–, el homenaje a Allende resultó hipócrita, para decir lo menos.
Como ocurrió en los setenta con el Tribunal Russel de enjuiciamiento de los crímenes de EU en Vietnam en 1966, América Latina debería promover la creación de un tribunal internacional para juzgar los crímenes de EU en Chile, incluyendo las condiciones para –hasta ahora— acreditar la muerte de Allende a un acto político de suicidio antes de caer en manos de los golpistas apadrinados por EU.
Recordar a Allende sólo por el caos en su gobierno y por golpe militar que violentó la transición democrática del país no alcanza para construir las bases de una nueva convivencia. Chile llegó a una nueva elección democrática de una corriente de izquierda no socialista, pero arrastrando las estructuras de control heredadas por Pinochet antes de dejar el poder empujado por un plebiscito adverso.
Los recordatorios a Allende la semana pasada dejaron en el aire el enjuiciamiento a los responsables del golpe de Estado. La propia CIA estadounidense se ha visto obligada a desclasificar documentos sobre su participación en el golpe y la represión, pero sin ninguna condena a sus funcionarios que operaron a partir de instrucciones de Kissinger desde la Casa Blanca.
Sin condena directa a EU, la Casa Blanca, Nixon, Kissinger, la CIA y el Pentágono, la figura de Allende no tendrá paz ni justicia.
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Política para dummies: La política es memoria en busca de justicia, tardía, pero justicia al fin.
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