En memoria de mi entrañable amigo René Ortega Loya
Yaz, anoche me llamó Maru Rojas y sus palabras me atraparon en los recuerdos de aquellos días de celebración.
No, Yaz, no es que ella hablara de fiestas, de posadas, tema de obligada referencia cuando diciembre nos acerca al abismo del ignoto año nuevo, no. Su llamada sacudió al presente de los amigos que ahí andan y de los que se van; rosario que se reza y un día no aparece uno de sus misterios.
Sí, hace ocho años que te fuiste y anoche, cuando pulsaba cómo dirigirme a ti en este octavo año de tu partida, la llamada de Maru fue corolario de varias que se hilaron luego de que Evaristo Corona informara a los amigos acerca del deceso del gran René Ortega Loya.
Y ahí tu recuerdo comenzó a bordar palabras, frases, oraciones, todo lo que te era natural en esos días desde niña, cuando yo cubría Presidencia con don Pepe López Portillo y conocí a René y él fue parte de esa camada de jóvenes periodistas y publirrelacionistas que viajábamos y nunca, nunca, nos faltaba buscar el obsequio para nuestros hijos pequeños.
Y tú eras mi pequeña para quien compraba esos detalles que te alegraban; mi niña.
Sí, sí, también llevaba los regalos para tus hermanos, entonces, mi amado Moy y la indomable Brenda que hoy está en días de abandonar el hospital porque, sin duda lo sabes desde el primer minuto en que ocurrió, hace semana y media sufrió un trastorno del que piano piano se libra.
Pero, vaya, qué no sabrás de lo acontecido en el correr de este octavo año, hija amada.
De qué no te habrás enterado, Yaz, tanto que tu solidaridad, tu mano en mi hombro y el mágico correr de tus dedos sobre el dorso de mi mano lo he sentido cuando me visitas en los días aciagos, en los amaneceres fríos y carentes de ruta porque las crisis así te dejan escrita la geografía de las 24 horas de refriega para no caer en el pesimismo que agota y depaupera y te arranca pedazos de optimismo.
¡Ay!, Yaz. Hace ocho años cuando te fuiste a librar otras nobles batallas que imagino allá en territorio ignoto.
Pero, permíteme decir a quienes por primera vez leen este diálogo contigo.
Sí, señoras y señores, cada año dedico un día de entresemana a la memoria de Yaz y, otro, a la de Moy; mi hija fallecida la tarde del domingo 18 de diciembre de 2016, y mi hijo que partió la tarde del jueves 13 de mayo de 2021.
La vida corre, verdad de Perogrullo: no se detiene y, hoy le digo a Yaz que pulsaba cómo iniciar esta plática, cómo contar lo acontecido en 365 días, aunque sin duda ella lo sabe.
Sí. Reportera como yo, fuiste y eres mi maestra con esas lecciones que me sacudieron cuando nos quedamos huérfanos tú y tu hermano y tu hermana, aunque Moy y tú fueron más próximos, cómplices y socios en la aventura de ser la mejor y ejemplar familia soltera. ¡Já!
Yaz, un diciembre que me atrapa en ese inconcluso preparativo de la fiesta que nos imaginábamos sería de desbordada felicidad para demostrar a quien igual, en segundo ciclo, nos echó de su círculo porque ya no le éramos posibles.
¿Te acuerdas, Yaz?
Me dijiste: “No te preocupes, pa. Reunámonos en mi casa, haré la cena”.
Moy estuvo de acuerdo e hicimos planes aquel sábado de noviembre de 2016 cuando fuimos al desfile de botargas en el Paseo de la Reforma y comimos en El Cardenal y reímos como escolapios adolescentes. Los tres libres. Y tú mi mamá.
Nunca dejaré de citar cómo nos solazábamos de aquel viaje de fin de año a Guayabitos, en Nayarit. Recibir el año nuevo en ese hotel propiedad de un hermano del entrañable Raúl Torres Barrón, era la idea, pero fuimos a una discoteca y, mientras tú yo bailábamos, el pequeño Moy luchaba contra el sueño.
Sí, Yaz, nos prometimos nunca vencernos frente a la adversidad; dijimos le romperíamos el espinazo y siempre estaríamos juntos. Y seguimos juntos, cómo chingaos no.
En la pared cuelgan retratos de esos tiempos idos. Y ahí estás con Moy y Brenda, en esa instantánea que atrapó tu sonrisa; al fondo el volchito verde y la casa de mis abuelos maternos, Don Melquiades y Doña Panchita, y luego el Iztaccíhuatl imponente.
San Lorenzo Chiautzingo, mi pueblo que tanto te gusta y en cuyo camposanto depositabas flores en la tumba de tu abuela, mi madre. “Tengo la nariz de mi abuela”, presumías.
¡Ah!, qué días de feliz orfandad, orgulloso de mis independientes hijos.
Tú, Yaz, eras y fuiste eje, con ese carácter firme, fuerte como tu aspiración a ser la mejor. Y lo eres. No quiero hablar en pasado porque eres vigente, porque como las de tu hermano Moy, tus lecciones no son finitas.
¿Recuerdas cuando fuimos a comer para celebrar tu primera maestría en la Carlos Septién? Ya hemos platicado de ese día, pero no huelga recordar que la pasamos de lujo con César, Anel, Moy y César Aaron. Por ahí anda la foto.
Yaz, un año más y mira cuánto ha acontecido. Notimex desapareció y nació, con compañeros que fueron tuyos, la AMEXI en la que sin duda estarías luego de haber sido participante de esa huelga obligada por la maledicencia del gobierno del personaje a quien no le dabas el beneficio de la duda.
Oye, no olvides que el próximo sábado tenemos una cita en la iglesia de San Cayetano. Habrá misa colectiva y estás registrada. Luego iremos a cenar con tus hermanos Daniel y Carlitos, tus guarros, tus hijos, amigos y también cómplices.
Te aman y extrañan, Yaz. Ellos estuvieron en esas horas de tu partida, cubrieron mi ausencia mientras cumplía con mi trabajo en el Canel Once, y luego fueron mi soporte en ese trance, difícil, severo.
Sí, te he llorado, te lloro en privado. El desahogo es privado, soy absolutamente egoísta en ese personal momento cuando tu recuerdo se aparece en esta mi memoria que busca superar dolores del alma.
Te extraño, Yaz. Extraño tus visitas sabatinas, desayunar juntos los sábados, las comidas de domingos eventuales, los viajes a mi pueblo, compartir el mole en casa de mi tía Emma y las carnitas preparadas por mi primo Roberto.
Pero ¿sabes?, me alisto para pasar una navidad feliz y la alegre despedida del año viejo porque esa fue promesa del año 2016.
Ayer se fue mi amigo René y, Yaz, lo recordaremos mañana viernes en la comida de amigos, círculo del que era parte.
Por favor, hija, no olvides llegar el 24 a la casa. Te gustará el detalle que compré para ti y para Moy. ¿Se te antojan los romeritos y la ensalada de manzana? ¿Una copa de vino tino? Convoquemos a tu hermano Moy, brindemos por la Navidad y el Año Nuevo, así, con mayúsculas porque nos debemos el jolgorio.
Ya platicaremos más. No me sueltes de tu mano, Yaz. Te traigo en el corazón; hace 8 años ya. Te amo.
Gracias a usted que me acompaña con su lectura; gracias por compartir una oración, un pensamiento en recuerdo de Yaz. Es un día especial. Conste.
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