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JUEGO DE OJOS: Mujeres que vieron a México (I)

21 de septiembre de 2025
in Miguel Ángel Sánchez de Armas
JUEGO DE OJOS: Año Nuevo
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En memoria de Arturo Gómez-Pompa.

La ceremonia del 215 aniversario de la Independencia que por primera vez
encabezó una presidenta, las menciones a las heroínas que estuvieron en la gesta
y el recuerdo de Amalia González Caballero de Castillón Ledón, la primera
mexicana que dio “el grito” en Dolores Hidalgo en 1959, son episodios que los
analistas ya viviseccionan desde todos los ángulos y tendencias políticas e
históricas imaginables.
Yo no puedo competir en este terreno, aunque sé que fueron muchas las
mujeres que militaron en la gesta independista y más de una derramó su sangre,
como también en la Colonia, en la Reforma y en la Revolución. A lo largo de
nuestra historia una legión femenina sostuvo movilizaciones sociales, económicas
y políticas. Me viene a la mente la imagen de Carmen Serdán deambulando sola
en las madrugadas por las peligrosas calles de Puebla pegando manifiestos y
dejando volantes.
Voy a recuperar una trilogía de escritoras que nos legaron testimonios de
momentos clave en la construcción de nuestro país: Frances Erskine Inglis, Rosa
E. King y Edith O’Shaughnessy. Anoto que a las tres las conocemos con sus
apellidos de casadas. Si bien llegaron de otras tierras, yo me he tomado la libertad
de reconocerlas como mexicanas.
Comienzo en esta entrega por Frances, a quien usted quizá conozca como
la Marquesa Calderón de la Barca, cariñosamente llamada Fanny.
En 1843 se publicó en Londres un libro que levantó gran curiosidad y pronto
se hizo referencia para entender -y según algunos malosos también para
malentender- al país de las pencas de nopal en donde los nativos sesteaban: La
vida en México durante una residencia de dos años, de una escocesa que casó

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

2
con un argentino, Ángel Calderón de la Barca y Belgrano, a quien por uno de esos
giros del destino le tocó ser el primer ministro plenipotenciario de España en la
joven República Mexicana cuando el muy borbón y muy católico Imperio hizo de
tripas corazón y con el “Tratado Santa María-Calatrava” reconoció la
independencia de México en 1836.
La encomienda de don Ángel no era fácil: reconstruir relaciones con un país
al que hasta hacía poco España había tratado como la colonia en donde los
súbditos tenían el deber de obedecer y el privilegio de callar, así que venía en
equilibrio en una frágil tablita entre diplomático del Imperio y puente a la
reconciliación. Su arribo a México fue celebrado, pero también vigilado. Eran
tiempos en que cada gesto diplomático cargaba con un gran significado simbólico.
Fanny, su esposa, nació en 1804 en el seno de una familia ilustrada. Desde
muy joven fue viajera y cultivó la escritura y el contacto con círculos literarios. Su
matrimonio la condujo a Madrid y de ahí a México. Las cartas que escribió a una
amiga en Estados Unidos durante su estancia en nuestro país se publicaron como
libro en donde se ofrece una de las miradas extranjeras que los estudiosos han
juzgado como una de las más influyentes sobre el México de aquellos tiempos.
La obra es un mosaico: paisajes, costumbres, leyendas, personajes,
descripciones de mercados, procesiones religiosas y escenas de hacienda. Fanny
mezcla la curiosidad etnográfica con el asombro romántico propio de su época. El
resultado es un retrato fascinante aunque parcial: un México pintoresco, barroco,
lleno de contrastes entre la belleza natural y la miseria social.
En la capital mexicana, Fanny observó la vida cotidiana y la política bronca:
pronunciamientos militares, cambios de gobierno, tensiones entre conservadores y
liberales. Su testimonio repasa una ciudad colonial en sus costumbres, con
carruajes, conventos, procesiones y tertulias, pero también con los primeros
signos de modernidad.
Como Edith O’Shaughnessy casi un siglo después, Fanny vivió en un
mundo dominado por hombres. Pero lo mismo que Edith -esposa del agregado
político en la embajada yanqui en el huertismo-, en sus cartas escribe con libertad:

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

3
confidencias a una amiga que se transformaron en material literario. Describía los
vestidos de las señoras y los conventos, pero también daba cuenta de las disputas
políticas y de las revueltas callejeras.
En un pasaje célebre, Fanny narra con ironía el interminable ciclo de
levantamientos militares: “Aquí una se va a dormir pensando que el país está
tranquilo y se despierta con otra revolución”. Me recuerda una de las cartas de
Edith -dirigida a su hermana en Nueva York- donde describe con desparpajo la
visita del general Victoriano Huerta a la Embajada y del prolongado encerrón que
él y Henry Lane Wilson tuvieron en la biblioteca para “echarse sus copitas” y quizá
también diseñar “un plan” como se acostumbraba entre los revolucionarios.
La mirada de Frances combina ternura y condescendencia. Admira la
belleza de los paisajes y de algunas costumbres, pero no oculta su incomodidad
ante la pobreza, la suciedad de las calles o la violencia política. Su México es un
país exótico, a veces encantador, a veces incomprensible. Y aunque sus juicios
hoy tienen un timbre de superioridad europea, lo cierto es que aportan detalles
riquísimos sobre la vida cotidiana en la primera mitad del siglo XIX mexicano. En
todo el mundo los historiadores tienen en alta estima estos testimonios de la vida
cotidiana. Reconstruir la sociedad inglesa del siglo XIX sería más difícil sin las
hermana Brontë.
La vida en México ha sido leída con ambivalencia: como fuente
historiográfica y como espejo distorsionado de la mirada extranjera. Sus
descripciones han alimentado admiraciones e irritaciones. Hay quienes, como
Ángel de la O, la consideran pionera de una “escritura femenina de viaje”,
precursora de la literatura de extranjeras que llegaron a México en diferentes
circunstancias y decidieron tomar la pluma para registrar su asombro o la maravilla
de las cosas que iban descubriendo.
Lo cierto es que la obra de Frances, con sus luces y sombras, fue y sigue
siendo citada por viajeros y cronistas posteriores. Carlos Monsiváis juzgó la ironía
de esta señora escocesa como antecedente de la crónica moderna mexicana.
Interesante observación.

Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas

4
La marquesa escribió en un tiempo en que pocas mujeres publicaban libros.
Ser esposa de un diplomático, igual que a la O’Shaughnessy, le abrió puertas y le
permitió moverse en los salones de la élite mexicana, pero también la confinó a un
papel secundario. Sus cartas son testimonio de ese doble filo: libertad para
observar y narrar, pero límites marcados por el género y la etiqueta social.
Pero la suya es una mirada del siglo XIX que registra aspectos y
tonalidades omitidos por las plumas masculinas: la moda, la vida doméstica, la
religiosidad popular. Sus observaciones completan el panorama pues la historia no
es sólo cañones y decretos, sino también misas, tertulias y cocinas.
Junto a Rosa E. King y Edith O’Shaughnessy, Frances Calderón de la Barca
integra esta trilogía. Tres mujeres, tres extranjeras, tres contextos distintos: Fanny
en el México recién independiente, Edith en la Revolución y Rosa en el zapatismo.
Cada una escribió desde su margen: la viajera ilustrada, la esposa-diplomática y la
hotelera despojada.
En el juicio de Ángel de la O, lo que las une es la fuerza de la escritura
íntima convertida en testimonio histórico. Ninguna se propuso ser cronista oficial,
pero las tres nos legaron retratos invaluables. Y quizá por eso sus voces resuenan
todavía: porque en medio de revoluciones, pronunciamientos y caudillos, fueron
mujeres quienes dejaron constancia de la vida que corría por debajo de la gran
historia. (Continuará.)

21 de septiembre de 2025
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