Las cifras del reporte del INEGI sobre las cifras de disminución de la pobreza en México contrastan con la tendencia al estancamiento productivo, y el cruce de las dos variables refleja que México tiene en estos años de lopezobradorismo un modelo de bienestar sin crecimiento económico.
El saldo no es nuevo. En 1968 el economista Enrique Padilla Aragón publicó un ensayo que generó un debate crítico sobre la situación económica-social del momento: México, desarrollo con pobreza. La tesis era muy sencilla: México tuvo una tasa de crecimiento promedio anual de 6% en el largo período estabilizador de 1934 a 1982, pero la desigualdad en la distribución de la riqueza y del ingreso generó una masa de 80% de mexicanos con 1 a 5 carencias sociales.
Las cifras del INEGI de la semana pasada reproducen el escenario: por transferencias de recursos públicos directos sectores marginados y empobrecidos que no participan de los beneficios de la economía productiva –es decir, desempleados o informales–, la pobreza bajó en los últimos en el último sexenio, pero la tasa de crecimiento del PIB ha sido de 0.8%, muy lejana del 6% del populismo 1934-1982 y abajo del 2% del neoliberalismo 1983-2018.
El problema del modelo de reasignaciones presupuestales para incidir de manera directa sobre los sectores más pobres radica en su dependencia de la capacidad de recaudación y ésta está atada al crecimiento económico que lleva a un aumento en el pago de los impuestos, y que mantener transferencias improductivas en situaciones de estancamiento del PIB desequilibra los múltiples objetivos que tiene que cumplir el gasto público más allá de los subsidios y sobre todo de manera intensa en obra pública como detonadora de la actividad económica.
El presidente López Obrador y la presidenta de Sheinbaum mostraron en sus actividades cotidianas las limitaciones de sus proyectos: giras presidenciales de fin de semana solo para supervisar obras públicas específicas del Estado, y entre ellas de manera sustantiva en el sector salud, pero los dos gobiernos federales en dos sexenios no han encabezado la reconstrucción industrial del modelo de desarrollo ni se han reunido con sectores productivos específicos en el interior que han resultado afectados de una u otra manera por el estancamiento económico.
La presidenta Sheinbaum delineó su proyecto de desarrollo no tanto en el Plan Nacional oficial que careció de objetivos concretos y de mecanismos programáticos, sino en el Plan México que sí ha establecido metas que tienen que ver con el desarrollo económico, pero es la hora en que no ha habido reuniones para tocar dos de los temas centrales de todo sistema productivo: acuerdos de reorganización industrial y agropecuaria con los empresarios y reactivación urgente y pospuesta de los sindicatos para modernizar sus actividades en función de nuevos objetivos y dinámicas de desarrollo.
Las expectativas del PIB en el primer año de gobierno actual no cumplieron con las metas de promedio 2.5% y podrían terminar este año en 0% y sin llegar a 1%. Pero la economía mexicana necesita crecer mínimo en 6% para no solo atender las necesidades de la planta productiva y el empleo existente, sino para generar la dinámica económica que con ese porcentaje atienda las necesidades del más de un millón de mexicanos que cada año se incorporan por primera vez al mercado formal de la economía.
Y como gran lastre que impide que la economía no solo crezca sino que se modernice está el dato que todos los meses se incluye también el INEGI en sus cifras del empleo: el 54% de la población económicamente activa trabaja en condiciones de informalidad, es decir, sin beneficios sociales, y 70% de los trabajadores tiene ingresos de uno a tres salarios mínimos diarios y con ello con prueba la desigualdad social frente a las enormes tasas de utilidades empresariales.
En el sector gubernamental existe una especie de euforia porque el PIB no cayó en los niveles de recesión que se esperaba, pero ese dato debe contrastarse con el hecho de que el de economía por su tasa de 0%-1% refleja la incapacidad para responder a las necesidades de la sociedad, y queda también otro dato adicional: la expectativa de analistas consultados por el Banco de México de que el PIB promedio anual en los próximos 10 años sería de 1.8%, abajo de la meta de 3% oficial y desde luego muy lejano al 4% promedio en el que prometió López Obrador e inclusive su meta de 6% para 2023 y 2024.
El desafío de la presidenta Sheinbaum en su segundo año de gobierno que comienza el próximo lunes 1 de septiembre radica en que el Tratado de Comercio Libre con Estados Unidos ya no será el motor de la economía, pero que el gobierno mexicano no tiene un nuevo modelo de desarrollo industrial y agropecuario para enfrentar la desigualdad social crónica.
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