“Los periodistas no somos vanidosos … pero nos gusta escribir acerca del
oficio”.
Bizarra expresión, sin duda, aunque algunos la juzgarán pretenciosa,
aderezada con el toque jactancioso de los viejos reporteros.
La escuché por primera vez hace ya muchos años, en la penumbra de
aquel recinto sagrado, “El Nivel”, en donde mi maestro Pancho Liguori presidía
sobre la cofradía de Los Nivelungos.
Yo me llegaba al lugar cada vez que podía. Entre los ocres olores apenas
contenidos por capas de suave aserrín y el bullicio de quince mesas y una barra,
se recibía mejor cátedra que en la clase de literatura hispanoamericana que el
epigramista debía impartir en un desangelado salón del tercer piso de la Prepa
Dos a dos cuadras del recinto, cita a la que poco concurría.
“El Nivel”, lo habrán adivinado, fue una cantina del centro histórico defeño.
Estuvo en la Calle de la Moneda y ostentaba, cual orgulloso blasón, la licencia
número uno de la ciudad. Era el lugar favorecido por los bachilleres del barrio
universitario inficionados por el virus de la literatura y la poesía. Ahí cazábamos a
los escribidores que escapaban de las redacciones para solazarse en el espíritu
del oficio entre el grupo de los nivelungos que mi profe pastoreaba amorosamente.
Lamentablemente “El Nivel” fue cerrado por las autoridades del oficialismo
cultural convencidas de que esos recintos corrompen a la juventud. Y aunque la
conducta criminal de tal burocracia fue denunciada en su momento por el llorado
autor de Por mi madre, bohemios en un intento de justicia poética, el puño cayó
sobre el escritorio y las puertas de la taberna cerraron. Hoy es una “casa de
cultura” de la UNAM que no despierta el interés ni de estudiantes ni de paseantes
del viejo barrio universitario.
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
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Aquella tarde en que me iluminó la frase con que inicio este JdO, encontré a
mi maestro en el rincón del salón departiendo con un hombrón de espeso bigote y
acento norteño.
Como Liguori, vestía traje y corbata. Como Liguori a esas horas, tenía facha
de cama destendida. Como Liguori, había olvidado que en un salón de la Prepa
Uno bostezaban unos muchachos en espera de su clase.
Se llamaba José Alvarado. Me miró de pies a cabeza. Puso entre mis
manos un vaso con una porción de Victoria cuando el profe me presentó como
uno de sus alumnos favoritos y me sentó a la mesa.
Fue una velada inolvidable que se prolongó hasta que volví a pie a la casa
de huéspedes de La Ribera de San Cosme, mareado y con el corazón cerca de
las estrellas.
Si cierro los ojos puedo revivir el cuadro: Pepe Alvarado, con un fajo de
cuartillas agitadas en la mano derecha, como si quisiera enviarlas volando a la
revista Siempre! –en donde las esperaban desde horas antes-, rugiendo:
“¡Muchachito…! Los periodistas no somos vanidosos… ¡Debemos ser eficaces!”
Eso fue en 1967 y creo que fue cuando el feroz virus del periodismo me
inficionó, para tristeza y alarma de mis padres.
Pepe seguiría iluminando a los lectores hasta su muerte en septiembre de
1974. Manuel Buendía, Paco Martínez de la Vega y José Emilio Pacheco
ensalzaron sus textos como ejemplos del estilo al que debemos aspirar todos los
periodistas.
Conmemoramos, pues, cincuenta años de ausencia del Coloso de
Lampazos. La Universidad Autónoma de Nuevo León, de la que fue rector en un
periodo aciago -que por respeto a su memoria no quiero hoy recordar-, editó la
recopilación Imagen de reportero. Me llenó de alegría encontrar aquel apotegma
reproducido en las memorias del evento, y confirmar lo que alguna vez me dijo
Edmundo Valadés de Pepe Alvarado:
“Su estilo –es decir, su personalidad- es de los que trascenderán.”
De su pluma es la siguiente confesión:
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
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“Alguna vez, si la vida me deja, escribiré algunas cuartillas para narrar mis
recuerdos de periodista. Debo a este oficio momentos de suprema belleza y
gracias a la profesión, escogida desde mi adolescencia y todavía con los libros
bajo el brazo, he podido recorrer la mitad del mundo y tener entre mis amigos a
hombres de todas las razas y de un gran número de lenguas. Ser periodista me ha
permitido realizar algunos de los mejores sueños de mi juventud y conocer a
varios de los seres superiores de mi tiempo; jamás, por otra parte, ha sido la
amargura huésped dilatado en mi alma.”
La investigadora Anna Pi i Murugó reseñó el aspecto literario de Pepe a
partir del contenido de Tiempo guardado. Cuentos y novelas cortas:
“En la obra de José Alvarado destacan tres géneros: los textos y artículos
periodísticos, los ensayos y la prosa, principalmente los cuentos que conforman
este volumen.
“Si en los dos primeros apartados podemos rastrear la situación política y
social de la época, que de manera satírica y cáustica nos presenta el autor, en los
cuentos y novelas cortas se ofrece una visión amarga de la vida y desfilan
personajes solitarios, fracasados, abandonados, situados mayoritariamente en un
ambiente urbano y hostil.
“A través de El retrato de Lupe, Plácido sin reloj, El retrato inútil, El retrato
muerto, Memorias de un espejo y El personaje, descubrimos a un escritor que, si
bien fue muy reconocido por sus reportes periodísticos, no se le premió en vida la
gran calidad que también ofrecen sus textos de mayor creatividad personal.
“Aunque José Alvarado fue contemporáneo y amigo de escritores tan
conocidos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Alí Chumacero, Carlos Pellicer y
Abel Quezada, entre otros, nunca buscó la edición de sus obras o la competencia
estilística con ellos […]”
José Alvarado estuvo ligado al periodismo desde su etapa juvenil y
estudiantil. En Mis cuarenta años en el periodismo cuenta que publicó su primer
escrito en un periódico en octubre de 1926. Se trataba de una revista estudiantil,
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Miguel Ángel Sánchez de Armas
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Rumbo, con un tiraje de trescientos ejemplares, editada en Monterrey por un
grupo de alumnos del Colegio Civil.
En la ciudad de México fortaleció la vocación. Editó la legendaria Barandal
al lado de Octavio Paz y se forjó una trayectoria como reportero, editorialista,
columnista y cronista en diversas publicaciones, particularmente arraigado en
Excélsior y en Siempre! Fue corresponsal de guerra en el Medio Oriente y enviado
especial a Europa y América del Sur. De sus viajes por África, China y la URSS
dejó testimonios entrañables que, al recordarlos cuatro décadas después, pintaba
con nostalgia:
“Vale la pena haber visto el mundo con ojos de periodista durante estos
cuarenta años. La más fascinante, dramática y febril historia se ha desarrollado
sobre el planeta, sacudiendo almas colosales y llevando a cumbres imponderables
a gigantes y a pigmeos. La llama de la libertad ha fundido muchas cadenas y el
vasto movimiento humano sobre el globo ha superado el de todos los mares.
Muchas ilusiones precarias fueron dispersas por el viento, muchas esperanzas de
cíclope fueron realizadas y los grandes sueños, fulgurantes, siguen ardiendo. El
hombre enamora a las estrellas con mayor eficacia y arrebata sus misterios a los
electrones. La mujer es más bella y el niño nace con mayor número de
posibilidades.”
José Alvarado se definió a sí mismo, para formular el sentido y la condición
del oficio, a través de una yuxtaposición de afirmaciones y oposiciones. Él mismo
es referencia por el bagaje acumulado:
“Los periodistas, según nos place creer, no son migaja de soberbia,
estamos curados de vanidad literaria o política; el trabajo nos inmuniza contra la
solemnidad o almidón académico. No se conoce el origen, o tal vez resulte
ilusorio, pero es uno de los gremios en cuyo seno dura más la juventud, quizá por
la necesidad de ver al mundo y la vida todos los días y encontrarlos, pese a todo,
como objetos recién hechos o regalos con la envoltura acabada de romper. Hay,
claro está, el accidente: desfile de miserias humanas y feria de títeres vestidos,
según el caso, de Robespierre con traje adquirido en Laredo, Texas; Casanova de
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chaqueta prestada; Talleyrand de Pungarabato o Fouché de Cieneguilla; bueno,
hasta de Kissinger de Santa María la Redonda. Pero todo enseña y tiene algún
grano de sal.”
De igual modo ocurre en el artículo “Imagen del reportero”:
“Ardua, pero bella, fascinante, la tarea del reportero. Quien lo ha sido una
vez, no dejará de serlo nunca. Se trabaja, a veces, al filo de la madrugada, en los
rincones más sombríos de la noche, en medio de la luz de mediodía o en la hora
violácea del crepúsculo. El mundo ofrece así todos sus aspectos, el hombre todos
los escondrijos del alma. El reportero transforma en tinta todos los jugos de la
vida, da aliento a los números e infunde espíritu a las palabras.”
José Alvarado nos recuerda que la vida es la materia de periodismo y que
hay que servirse de la realidad para convertir en escritura todo lo que ocurre, en
una labor fundamentada en honestidad, voluntad para una preparación constante
y sensibilidad.
Como el escritor británico-trinitense V.S. Naipaul, Pepe Alvarado fue un
creador que cerraba las cortinas de las ventanas de su casa por que le angustiaba
ver tantas historias pasar frente a ellas sin que pudiera consignarlas.
Para fortuna de nosotros, su obra no es de las que descansan en paz.
1 de septiembre de 2024