En un sarao al que fui convidado ha poco -quizá por una confusión
semejante a la que llevó a Peter Sellers a La fiesta inolvidable (1968)-, tuve
oportunidad de una aguda observación: no hay yuppie que se respete que no
luzca un terno Hugo Boss.
Fue en la gran mansión de Las Lomas del enviado plenipotenciario de un
Imperio al que en acatamiento de las leyes de la hospitalidad no identificaré.
La concurrencia esplendía: hombres jóvenes con look de Hart Bochner
(Duro de matar, 1988) bogaban en un mar de sedas, colores y perfumes con la
seguridad que da tener, o parecer tener, un lugar en el ranking de las clases
dominantes y un pisito en Polanco.
Como los abejorros, se detenían aquí y allá catando sus posibilidades
eróticas y se enfrascaban en charlas más aburridas que la invocación de lluvia de
los cherokees.
Yo, he de confesar, nunca fui tocado por Petronio y me visto en La Comer y
en Costco, de tal suerte que los temas de la moda me son casi tan antipáticos
como el panbol. Pero tuve una epifanía. Comprendí que en el mundo de la política
el atuendo está indisolublemente ligado al poder.
Recordé la transformación del atuendo de Gandhi en la película de
Attenborough (1982), cuando el viejo profesor Patel le dice: “¡Supe que eras el
liberador de la India cuando te vi ataviado con calzón y turbante!”
Los columnistas políticos recordarán al legendario Fidel Velázquez, creador
del “líder look”, gris y azul marino (poseía docenas de trajes de esos colores, y no
precisamente de Milano), o la austera imagen de Lázaro Cárdenas, siempre de
corbata negra. He aquí dos arquetipos de moda y poder.
Y el buen observador no dejará de notar que cuando la República se
congrega, trátese del funeral de un gran escritor o de una tertulia con el preciso
para recibir instrucciones, hasta los más cercanos al pueblo bueno sacan a orear
sus trapitos.
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
2
Para no ir más lejos, el encargado de la seguridad con la maestra Delfina
en el Edomex se presentó a una junta de trabajo para defender a las clases
populares luciendo una bufanda de Louis Vuitton de 17 mil pesos y unos papos de
Ferragamo de 22 mil (Reforma). Esperemos que YSQ no se entere, por que de
seguro se abre una vacante en ese gabinete.
Hablando de hombres WASP serios y seguros de sí mismos, supe que
Hugo Boss fabricó los elegantes uniformes negros para los miembros de las
Waffen SS y SA nazis, de tal suerte que lucieran elegantes y viriles mientras
aniquilaban a toda suerte de indeseables.
Y como la demanda iba in crescendo y pronto fue requerido para vestir a los
bomberos, a los ferrocarrileros, a los carteros y a la mismísima Wermarch, Hugo
obtuvo la gracia de incorporar a su sastrería a varios cientos de inquilinos de los
campos de concentración, que de esta manera contribuyeron al anunciado triunfo
de la raza dominante. El armario de un militar nazi que se respetara a sí mismo
podía tener hasta ocho uniformes distintos: campaña, servicio diario, de guardia,
de parada, de presentación, de paseo, de trabajo, deportivo y de sociedad, este
solo para los oficiales. De ese tamaño era el negocio.
El problema que le reclamaron a don Hugo Ferdinand Boss, leal militante
del partido desde joven, fue que si bien las crujientes guerreras y los pantalones
bombachos inspiraban respeto y miedo entre la población, por ser de color negro
se calentaban en verano y los bizarros guerreros terminaban sus fatigosas tareas
apestando a camello mongol.
No sabemos si esto se pudo resolver o no, pero la próspera empresa siguió
anunciándose como fabricante de uniformes “bajo licencia del Reich” (unter Lizenz
des Reiches) y homologada por las SA y las SS … el equivalente nazi del “Royal
Warrant by Appointment to HM The King” al otro lado del canal.
Los miembros de las Juventudes Hitlerianas también se vistieron con ropa
de Boss, lo cual permitió a los niños lecciones tempranas sobre cómo verse bien
mientras golpeaban a las minorías.
Juego de ojos
Miguel Ángel Sánchez de Armas
3
Cuando vino la derrota, como buen sastrecillo, Hugo se hincó ante los
vencedores, juró que había sido “apenas un seguidor”, recibió un jalón de orejas,
perdió sus derechos civiles y pagó una multa, mas al parecer por el susto, el pobre
murió poco después y sus sobrinos se hicieron cargo de la empresa, inicialmente
vendiendo uniformes para policías y carteros. Luego desarrollaron una línea de
lujo de artículos para caballero que hubiera sido la envidia de Harry Truman,
quien, como es sabido, a eso se dedicaba antes de convertirse en presidente de
Estados Unidos y ordenar el lanzamiento de bombas nucleares sobre Japón.
En 1998 los modistos de Herr Hitler fueron demandados por el empleo de
mano esclava durante la guerra, como parte de acciones emprendidas contra
otros grandes corporativos como Volkswagen y el flemático Deutsche Bank, de
cuyas arcas salieron los recursos para construir el campo de la muerte en
Auschwitz.
El año pasado, durante los juicios que se siguen a Donald Trump por
actividades aparentemente fraudulentas, salió a luz que el Deutsche Bank tiene
años como uno de los principales prestamistas de su familia, con la atención
personalizada de una alta funcionaria llamada Rosemary Vrablic. Esperemos en
las divinidades del Olimpo que esos banqueros hayan apostado otra vez por un
perdedor.
En aquel guateque de Las Lomas entendí que ningún yuppie se siente
completo sin su traje, camisa de vestir, corbata, gafas, tanga, calcetines y colonia
Hugo Boss.
Y también comprendí que de plano nunca llegaré a brillar en sociedad.
Such is life in the Tropics!
28 de enero de 2024